Muerta.

No, que no me he muerto. Pero casi. Estoy muerta que, como todo el mundo sabe, es una frase hecha. Vamos, que no puedor, no puedor con mi vida. Me tiemblan hasta las manos. Es que, amiguitos todos, acabo de llegar de hacer la compra.

Reconozco que a mí los pulsos se me dan como que muy mal (siempre pierdo), pero eso de batir el récord de peso repartido en bolsas de la compra, vamos ¡soy la mejor! Camino cargada como una burra más de lo que mucha gente podría soportar, pero yo puedo, me digo, mientras tiquitiquitiqui, voy haciendo camino. Eso si, cuando llego al destino, no puedo más, si pudiera morirme en ese momento, lo haría sin nigún problema, pero ya sabéis que yo no tengo pensado morirme nunca...

Pero es que del peso que he llevado, tengo los brazos temblorosos (será que necesito mi dosis de azúcar... marchando bocata de leche condensada), como si tuviera a estas tiernas edades ya el parkinson (sagerá que es una). Arf, arf, pero he llegado a casa, a pesar de todo. A pesar de la calina que está cayendo. Da igual lo que pueda llover (parece que tenemos tormentas), porque he traído comida para dos años, tres meses y cuarenta y ocho horas con doce minutos. Una, que lo tiene todo controlao. Ahora, que llueva, pero en todos los sitios, y que haya agua para todos de una vez.

Eeeeeeeeh... que no se me olvide... María, hija, que no puedo ver tu blog (chica, a ver si es de verdad que YO tengo más problemas de los que quiero ver/reconocer y no sólo con mi blog) (que no miréis a la derecha, digo)

Bueno, pues como este blog está lleno de glamour y yo soy muy glamurosa, voy a quitarme las cascarrias con una buena ducha y esperemos que haya maquinillas suficientes en casa para quitarme los pelos de las piernas (mañana, mi padre que se afeite con una piedra pómez).

Ale, que os cunda el sábado (y a mí este café que me está sabiendo demasiado bien...)