4.10.19

Momentazo

Tengo una amiga-compañera que es genio y figura hasta la sepultura, pero de las de verdad. Es todo un personaje, sería la protagonista de cualquier saga literaria y, de las personas con las que jamás me aburro, ella es una.

Aunque puede llegar a ser imprudente es de las mejores personas que conozco. Es tal cual. Tiene un corazón de oro. Es cabezota. Pero dejó hace mucho de ser compañera para convertirla en una amiga con la que puedo contar, y puede contar, para siempre. Ahí está la diferencia entre gente y gente. Tras unos quince años seguimos con la camaradería y la complicidad que sólo se comparte con muy pocas personas en la vida.

Un día estábamos en el trabajo y salió el comentario de que uno de los nuevos chicos que habían entrado tenía un hermano mellizo policía que trabajaba cerca de donde estábamos. Además, nos contaron que almorzaba en el mismo sitio que nosotras. Y yo pensaba, y pensaba, quién podía ser de toda la gente con la que nos cruzábamos a esa hora, hasta que caímos en la cuenta de que tenía que ser uno que iba en un grupo de cinco chicos de mi edad que siempre se sentaban por donde lo hacíamos nosotras dos y a veces coincidíamos con ellos. Cosas de ser parroquianos diarios de los mismos sitios, que te quedas con la copla de los habituales.

Bueno, pues un día coincidimos en la cafetería a la misma hora y ellos se sentaron donde lo hacían habitualmente. Los miramos y caímos en la cuenta de quién tenía que ser el hermano de nuestro compañero, por el parecido. El muchacho, al verse observado muy poco disimuladamente por mi amiga, hinchó el pecho y alzó la barbilla girándose levemente hacia nuestra mesa para facilitarnos la visión.

-Es él, lo tengo claro- dijo mi amiga,- se parece un montón.
-Creo que se ha dado cuenta de que lo estamos mirando, está pavoneándose- le dije.
-Creo que voy a preguntarle si es el hermano de Javi.
-Pero, ¿para qué? Si ya nos hemos dado cuenta de que sí.
-Tú calla, que yo se lo pregunto.

Y mientras él estaba con la postura de modelo de dibujo, mostrando su barbilla al público, mi amiga se levantó y se dirigió hacia él directamente. Por el camino agarró una silla que fue arrastrando mientra seguía yendo en su dirección. En ese momento me fijé en la cara del chico, en cómo se le cambió el gesto, se le torció viendo que mi amiga se iba hacia él con silla y todo. 

A mí me entró la risa. Os aseguro que en mi vida me he reído tan a gusto como en ese momento sabiendo que mi amiga dejaría con el culo torcido al más valiente y viendo que él no sabía dónde meterse cuando ella puso la silla a su lado ante la mirada atónita de toda la mesa. Luego me vieron reír completamente desencajada, llorando de la risa, por los huevos que tenía mi amiga y cómo él se había hecho cacota encima.

-Tú eres el hermano de Javi-le dijo.
-Ehmmm... sí. ¿Quién eres?
-Una compañera de Javi.
-Ah, vale- empezó a reírse, nervioso.
-Tu hermano me ha dicho que venías aquí a almorzar.- Yo seguía partida de risa, doblada, llorando. -Pues sí que te pareces. Pero tu hermano es más guapo.

Solté una gran carcajada, no pude contenerla. Me meaba. me dolía hasta la tripa de tanto reírme. Los de la mesa se empezaron a reír, el hermano de Javi el primero. Mi amiga se despidió y se sentó de nuevo a mi lado. Yo seguía sobre mis brazos, ocultando mi cara para que no me vieran llorar de la risa. Y las lágrimas no paraban de salir, no podía hablar de las carcajadas.

-Madre mía, si hubieras vito la cara que ha puesto cuando te has acercado cogiendo la silla al mismo tiempo...-balbuceé. Ella empezó a tener remordimientos.
-Tal vez no me hubiera tenido que acercar, por si se han sentido incómodos.

Otra carcajada. Parecía que yo no podía seguir riéndome así de esa manera, pero yo seguía, partiéndome la caja, completamente deshecha de la risa. Era la primera vez que la veía avergonzada por algo. Y ya es decir.

Cuando volvimos al trabajo, Javi nos llamó.
-Que me ha dicho mi hermano que QUIÉN ES ESA FIGURA.

Yo seguía llorando de la risa. No podía ser posible que me siguiera riendo de esa manera, pero lo estaba haciendo. Ella empezó a ponerse colorada.

Durante todo el resto del día nos cruzábamos las miradas y se me escapaba la risa floja. Ella estaba completamente roja, la veía cortada, como rumiando lo que había hecho. Yo hacía un esfuerzo titánico para seguir haciendo mi trabajo sin que se me escapara ninguna otra carcajada delante de nadie. Pero tenía que irme al baño a reírme porque yo no podía dejar de hacerlo.

A la hora de la salida íbamos en silencio hacia casa.

-Creo que por mi culpa van a dejar de ir a la cafetería-dijo.

Jamás en la vida me he reído tan a gusto como ese día.

Y no sólo volvieron, sino que empezaron a saludar.

Y no sólo saludaban, sino que me han reconocido por la calle cuando ya no coincido con ellos desde hace años.

Y yo me acuerdo del momentazo en una cafetería porque nunca me he vuelto a reír con tantas ganas ni tanto tiempo gracias a mi amiga y de cómo afrontó a unos pobres policías vestidos de paisano.