4.6.19

No te gusta.

No lo reconocerás nunca, pero no te gusta lo que hago, lo que digo, cuanto hago o lo que diga. No te gusta cómo visto ni cómo me expreso.

No te gusta que cuente nada, ni que recuerde algo que me haya pasado. No te gusta que me meta en conversaciones ajenas ni tampoco que me calle cuando quieres tú que participe.

No te gusta que esté callada ni te gusta que siempre tenga algo en qué entretenerme. No te gusta que tenga iniciativa, y menos aún que sea tan observadora como para encontrar defectos o que se me ocurran cosas que mejoraría nuestra vida, porque siempre, siempre, cuando abro la boca, la respuesta es no. Un no rotundo que siempre, siempre, me dices sin mirar y con indignación, como si te estuviera diciendo o pidiendo que me dejes desollar a tu gato mientras me como a tus hijos.

No te gusta que no esté cuando quieres y comentas que dónde me meto, como si tuviera que estar 24x7 a tu disposición, absoluta, plena y servil. No te gusta que te consulte nada, no te gusta que te pida consejo, no te gusta que me vea en algún problema porque das por hecho que yo lo he provocado por mucho que haya gente que te advierta de lo contrario.

No te gusta mi presencia, no te gusta que calle, que hable, que ría o que llore. No te gusta absolutamente nada de cuanto pueda hacer. Y te molesta también que, ante una de tus quejas, te diga que si también te molesta eso. Sea lo que sea.

No sé. Lo mismo no es que te moleste cuanto haga o diga, o lo que me ocurra o me hagan. 

Yo lo tengo claro. Lo que no soportas es a mí.

No lo siento por ti, pero sólo puedo decir que tienes un problema, y tu problema no soy yo.