18.9.18

Penumbra.

Si cierras los ojos cuando hay luz la sigues notando, porque esa oscuridad que se supone que debería haber, en realidad es penumbra.

No sé si me explico. 

Los párpados no terminan de filtrar toda la luz ni hace que seamos capaces de no ver absolutamente nada, ya que aunque no veamos lo que tenemos delante seguimos percibiendo que no estamos a oscuras.

Igual pasa con algunos recuerdos, buenos o malos. Por mucho que cerremos los ojos hay recuerdos, experiencias o personas que siguen ahí, de forma tenue, velada, que por mucho que los neguemos o rechacemos, o tratemos de olvidar o no pensar en ello o en ellas, sabemos que ahí están y estarán, acompañándonos en cuanto nos despistemos, apareciendo en cuanto dejemos la mente relajarse.

Al principio ese rechazo hace que, sin querer, haga que tengas aún más presente lo ocurrido o a esa persona. No puedes dejar de pensar en eso, en él, en ella, o lo que sea, y no tienes por qué estar siempre dándole vueltas a lo mismo cada día, a cada momento. Tienes otras cosas más en qué pensar. Está bien regodearte en el recuerdo de las cosas buenas hasta cierto punto, pero que no lo tengas como referencia para el resto de tu vida ni de tus actos. Y si es algo malo, no tienes por qué refocilarte en ello.

Si decides vivir con ello, no apartarlo de la cabeza y que se quede ahí, como el a ver quién de los dos aguanta más, pues déjalo que paste por el verde prado de tus recuerdos, que se atragante y acabe agotado hasta el punto de no querer volver a salir. Uf, es que es agotador estar siempre pensando en lo mismo si es malo, y si es bueno esa felicidad al recordar dura sólo una temporadita para luego irse toda esa euforia. Así que cuando desaparece ese recuerdo volvemos al punto de la tranquilidad.

Y cuando esos recuerdos se difuminan por el tiempo, en el tiempo, y quieres volver a acordarte, los buenos surgen solos mezclados con añoranza. Los malos tardan más en salir porque ya no estamos tan predispuestos a seguir sufriendo gratuitamente, pero los mantenemos a distancia y apreciamos matices que hacen que nos enfademos más aún, por lo que decidimos aparcarlos, enterrarlos y sólo recordar en casos muy puntuales.

¿Y qué pasa si ese recuerdo lo provoca un objeto, fotografía o detalle? Bueno, todo depende de si es bueno o malo. Y si es malo, depende, de quién era esa persona. Y si esa persona merece la pena o no. Tan fácil como eso.

Yo reconozco que doy más cosas que las que me dan. Bueno, supongo que habrá de todo: gente que regala lo que yo regalo, gente que guarda lo que yo le dé, y gente que use lo que le di. Espero que de todos ellos alguno guarde un buen recuerdo mío, que no me fastidien, que algunos regalos me costaron mucho tiempo de mi vida.

Bueno, que eso. Que si cierras los ojos de día puedes notar esa penumbra. Que los recuerdos los pueden ver a cualquier hora. Que sólo unas cuantas cosas pueden ser atesoradas por lo bien que te hicieron sentir, y te siguen haciendo sentir bien. Y que hay cosas que tienen la misma utilidad que las personas que las regalaron.

Y que yo puedo haber provocado el mismo sentimiento en otras personas.

Pues que se fastidien.


13.9.18

El camino de baldosas amarillas

Cuando yo era jovencita creí como una tonta todas esas historias de amor romántico, que el amor puede doler y que al final triunfa. Durante años me aferré a esa idea, pensando que si el elegido de turno no posaba sus ojos en mí era porque aún no se había dado cuenta, ya se daría, y qué sorpresa se llevaría cuando viera que siempre había estado junto a él. Oh, qué gilipollas.

Mientras todo eso pasaba yo iba conociendo gente con la que tenía pensamientos y actos menos románticos pero la sorpresa fue que más de uno creyó que con una poca de paciencia yo acabaría dándome cuenta de que habían estado siempre  ahí, junto a mí, y yo correría a sus brazos.

Los años pasaron y tuve historias interesantes con gente que, tal vez, no llegaron en el momento adecuado, o tal vez no debieron empezar, pero ocurrieron y ahora forman parte de nuestro pasado. A veces nos hemos cruzado y noto que, al cruzar nuestras miradas, alguno ha esbozado una sonrisa, tal vez recordando lo que no pudo ser alguno, lo que pudo haber sido otro, o alguien que aún sigue pensando que podría haber llegado a más a pesar de haber pasado más de veinte años. El hecho es que durante ese segundo que mantengo la mirada sé que ninguno fue lo suficientemente importante para mí, y que sólo dejaron un recuerdo, mejor o peor, pero que no los eché de menos cuando todo terminó. A ninguno. Relaciones que se rompen que no tienen interés para ti, o relaciones que estaban muertas desde hace mucho. Sobrevives a todo ello sin despeinarte.

Y entonces, cuando crees que ese amor romántico ya va a llegar, empiezan a romperte el corazón. No sé si os ha pasado, a mí un par de veces, pero es de las sensaciones más desoladoras que he sentido, si exceptuamos muertes familiares y tragedias personales. Pero no voy a comparar, claro. Es no poder respirar, es no tener lágrimas suficientes para poder desahogarte mientras caen solas, es no saber cómo quitarte ese peso en el pecho que duele tanto, es no saber qué hacer, cuando más no pudiste ofrecer. Es ver cómo desprecian y se burlan de tus sentimientos, cómo han jugado contigo, cómo han llenado vacíos con tu presencia porque no tenían a nadie más. Cuando pierdes a alguien o te ha pasado algo malo sabes que tienes que seguir adelante, sabes que no depende de nadie, ha sucedido y ya. Pero cuando te rompen el corazón sabes que esa persona lo ha hecho intencionadamente. Incluso se regodean en tu dolor espiando el daño causado, alimentando ese ego que yo no sabía que tenían. Y es cuando te das cuenta que las películas románticas, como las historias de amor, no tienen porqué suceder en la vida real. O por lo menos a ti.

Pero la vida es un bucle. Con el corazón roto, dañado o destruido acabas convirtiéndote en un hombre de hojalata, y las cosas no te afectan tanto, ni te involucras sentimentalmente con nadie, ni te aferras a nadie porque, sencillamente, tienes que aprender a quererte tú primero. Pero que vamos, que también dejas que te quieran de vez en cuando. Y mientras te vas queriendo, y te van queriendo, te vas dando cuenta que hay hombres mucho más interesantes que los que has conocido, con los que puedes hacer lo mismo o mejor sin que te hagan creer que estás en una relación. Con hombres (y qué hombres) que no necesitan que les cuentes lo que haces, dónde, con quién, y con quienes puedes pasar buenos momentos sin compromisos, remordimientos ni promesas. Que no te engañan haciéndote creer otra cosa. Y disfrutas de esas relaciones esporádicas y superficiales mientras centras tu vida en muchos más amigos y en proyectos con los que sí te dejas llevar.

Qué es eso de acabar una relación y empezar otra enseguida, coño, que hay quien no sabe estar solo/a. Eso lo hacen los que olvidan enseguida, los que no quieren o los que se aferran a lo primero que venga, como garrapatas, sacando todo su encanto superficial para retener a la siguiente persona en la que se fijan, no sean que se queden solos. 

Pues ahí está la solución: ya os dije que estuve soltera durante mucho tiempo, sin nadie. No me apetecía, tenía que cuidarme de mí misma, encontrarme, descubrirme, repararme y brillar antes de dejar que alguien me ilusionara otra vez, pero esta vez sabiendo que el presente es lo que cuenta, que las cosas terminan, que disfrute de lo que venga, y que si alguien tenía que ser para mí, lo sería, aunque me quitara de enmedio. Que él sabría cómo y dónde encontrarme. Y que me encontraría.

Y esa gente que me ha acompañado en ese camino me ha enseñado muchas cosas. Gente con la que me cruzo a veces y nos miramos sonriendo porque he aprendido muchas cosas buenas de ellas y les estoy agradecida. Tal vez sea porque yo cambié mi forma de pensar, de actuar, y fui más selectiva. No sé. Lo cierto es que me vino bien, y dejé de ser un hombre de hojalata vacío para tener este corazoncito que late dichoso, esperanzado, ilusionado. Echando una mano a quien lo necesite, como bien he hecho siempre, preocupándome si alguien está pasando un mal momento, y agradeciendo que haya quien se preocupe también por mí, y me quiera.

Y aunque (espero que dentro de mucho) me vuelvan a romper el corazón me sobrepondré otra vez y buscaré de nuevo el camino de baldosas amarillas para encontrarme de nuevo y pidiendo como deseo seguir disfrutando del paseo.

Porque ya sé cómo se hace.




12.9.18

Martillazo

Es increíble cómo hay gente que no se preocupa de nada más que de quedar por encima de otros, cueste lo que cueste.

Podría parecer cómico, que lo es, pero se necesita pensar mucho y muy rápido para intentar fingir que se sabe mucho de algo cuando se compite con otra persona. Y esta persona, que no tiene ganas de competir porque no le hace falta, soluciona las cosas que puede en un momento, las que no, pues nada, no sabe, lo dice y santas pascuas, y otras puede costar un poco más. Pero en ningún momento pisotea a nadie para demostrar su inteligencia, su valía o su saber hacer.

Es ridículo, porque lo es, intentar querer lucirse mucho más que nuestra protagonista en cualquier evento. Nuestra protagonista tiene unas medidas contundentes que, por mucho que adelgace, ahí seguirán, por lo que no podrá ser jamás una top model. Y hay cosas que no le sientan bien. Pero el querer lucirse físicamente o estéticamente comparándose con ella es algo tan patético e infantil que vamos a dejar ahí el tema para no darle una importancia que no tiene.

Y lo que es ridículo es querer demostrar que se es mucho más experto en un tema, o en lo que sea, el que sea, que nuestra protagonista que, por suerte o desgracia, sabe un poco de mucho y de nada. No hace falta que expliques a los demás las cosas que sabes, y menos delante de ella, que es la que te lo ha explicado a ti, para demostrar que eres un máquina. Pero si no quieres que se vuelva a reir en tu cara, no se lo expliques a ella, porque volverá a carcajearse de ti, delante de quien sea.

Si la ves haciendo algo, puedes ayudarla, no pasa nada, pero no vayas de jefe de obra sacando defectos a lo que ha hecho o lleva hecho, que es lo más fácil del mundo. Que tú no lo hagas, no quieras hacerlo, no te atrevas o no sepas es otra historia. Pero se nota que te revienta que no necesite a nadie para hacer cualquier cosa, y que tenga una habilidad innnata para hacer, mejor o peor, las cosas, cualquiera. Y tú no.

Y como dice esa famosa frase hecha, el clavo que más sobresale se lleva el martillazo.

Hasta que lo devuelve, que el clavo también se cansa de tantas gilipolleces.

5.9.18

El barco.

El barco se hace pequeño
cuando se aleja en el mar...