13.9.18

El camino de baldosas amarillas

Cuando yo era jovencita creí como una tonta todas esas historias de amor romántico, que el amor puede doler y que al final triunfa. Durante años me aferré a esa idea, pensando que si el elegido de turno no posaba sus ojos en mí era porque aún no se había dado cuenta, ya se daría, y qué sorpresa se llevaría cuando viera que siempre había estado junto a él. Oh, qué gilipollas.

Mientras todo eso pasaba yo iba conociendo gente con la que tenía pensamientos y actos menos románticos pero la sorpresa fue que más de uno creyó que con una poca de paciencia yo acabaría dándome cuenta de que habían estado siempre  ahí, junto a mí, y yo correría a sus brazos.

Los años pasaron y tuve historias interesantes con gente que, tal vez, no llegaron en el momento adecuado, o tal vez no debieron empezar, pero ocurrieron y ahora forman parte de nuestro pasado. A veces nos hemos cruzado y noto que, al cruzar nuestras miradas, alguno ha esbozado una sonrisa, tal vez recordando lo que no pudo ser alguno, lo que pudo haber sido otro, o alguien que aún sigue pensando que podría haber llegado a más a pesar de haber pasado más de veinte años. El hecho es que durante ese segundo que mantengo la mirada sé que ninguno fue lo suficientemente importante para mí, y que sólo dejaron un recuerdo, mejor o peor, pero que no los eché de menos cuando todo terminó. A ninguno. Relaciones que se rompen que no tienen interés para ti, o relaciones que estaban muertas desde hace mucho. Sobrevives a todo ello sin despeinarte.

Y entonces, cuando crees que ese amor romántico ya va a llegar, empiezan a romperte el corazón. No sé si os ha pasado, a mí un par de veces, pero es de las sensaciones más desoladoras que he sentido, si exceptuamos muertes familiares y tragedias personales. Pero no voy a comparar, claro. Es no poder respirar, es no tener lágrimas suficientes para poder desahogarte mientras caen solas, es no saber cómo quitarte ese peso en el pecho que duele tanto, es no saber qué hacer, cuando más no pudiste ofrecer. Es ver cómo desprecian y se burlan de tus sentimientos, cómo han jugado contigo, cómo han llenado vacíos con tu presencia porque no tenían a nadie más. Cuando pierdes a alguien o te ha pasado algo malo sabes que tienes que seguir adelante, sabes que no depende de nadie, ha sucedido y ya. Pero cuando te rompen el corazón sabes que esa persona lo ha hecho intencionadamente. Incluso se regodean en tu dolor espiando el daño causado, alimentando ese ego que yo no sabía que tenían. Y es cuando te das cuenta que las películas románticas, como las historias de amor, no tienen porqué suceder en la vida real. O por lo menos a ti.

Pero la vida es un bucle. Con el corazón roto, dañado o destruido acabas convirtiéndote en un hombre de hojalata, y las cosas no te afectan tanto, ni te involucras sentimentalmente con nadie, ni te aferras a nadie porque, sencillamente, tienes que aprender a quererte tú primero. Pero que vamos, que también dejas que te quieran de vez en cuando. Y mientras te vas queriendo, y te van queriendo, te vas dando cuenta que hay hombres mucho más interesantes que los que has conocido, con los que puedes hacer lo mismo o mejor sin que te hagan creer que estás en una relación. Con hombres (y qué hombres) que no necesitan que les cuentes lo que haces, dónde, con quién, y con quienes puedes pasar buenos momentos sin compromisos, remordimientos ni promesas. Que no te engañan haciéndote creer otra cosa. Y disfrutas de esas relaciones esporádicas y superficiales mientras centras tu vida en muchos más amigos y en proyectos con los que sí te dejas llevar.

Qué es eso de acabar una relación y empezar otra enseguida, coño, que hay quien no sabe estar solo/a. Eso lo hacen los que olvidan enseguida, los que no quieren o los que se aferran a lo primero que venga, como garrapatas, sacando todo su encanto superficial para retener a la siguiente persona en la que se fijan, no sean que se queden solos. 

Pues ahí está la solución: ya os dije que estuve soltera durante mucho tiempo, sin nadie. No me apetecía, tenía que cuidarme de mí misma, encontrarme, descubrirme, repararme y brillar antes de dejar que alguien me ilusionara otra vez, pero esta vez sabiendo que el presente es lo que cuenta, que las cosas terminan, que disfrute de lo que venga, y que si alguien tenía que ser para mí, lo sería, aunque me quitara de enmedio. Que él sabría cómo y dónde encontrarme. Y que me encontraría.

Y esa gente que me ha acompañado en ese camino me ha enseñado muchas cosas. Gente con la que me cruzo a veces y nos miramos sonriendo porque he aprendido muchas cosas buenas de ellas y les estoy agradecida. Tal vez sea porque yo cambié mi forma de pensar, de actuar, y fui más selectiva. No sé. Lo cierto es que me vino bien, y dejé de ser un hombre de hojalata vacío para tener este corazoncito que late dichoso, esperanzado, ilusionado. Echando una mano a quien lo necesite, como bien he hecho siempre, preocupándome si alguien está pasando un mal momento, y agradeciendo que haya quien se preocupe también por mí, y me quiera.

Y aunque (espero que dentro de mucho) me vuelvan a romper el corazón me sobrepondré otra vez y buscaré de nuevo el camino de baldosas amarillas para encontrarme de nuevo y pidiendo como deseo seguir disfrutando del paseo.

Porque ya sé cómo se hace.




No hay comentarios: