12.2.20

Alcanzando el horizonte

Yo creo que no hay nadie en el mundo que no desee algo.

Aunque el objeto de deseo pueda cambiar en cantidad, forma y motivo a lo largo de los años, todos, repito, todos, tenemos algo con qué soñar, qué desear, qué ambicionar, qué buscar. Siempre tiene que estar el motivo delante de nosotros, como la zanahoria frente al caballo, que nos vaya guiando, dirigiendo, que nos anime a seguir mientras avanzamos yendo al alcance de nuestro objeto de deseo, sea visible o no. Sencillamente, que nos sirva de estrella polar para tenerlo como referencia y guiarnos hasta nuestro deseo más ansiado.

Porque aunque nos cueste llegar o alcanzar lo que tanto deseamos, sí puede ser grato y placentero el camino que nos lleva a él. Vivir experiencias, probar cosas, conocer gente, descubrir, experimentar, comparar, sorprendernos, decepcionarnos, dejar, acercarnos o disfrutar, todo forma parte de ese viaje que decidimos en silencio iniciar, decidido de forma solitaria puesto que el deseo es sólo nuestro y, o no lo hemos compartido con nadie, o no lo reconocemos, o no lo sabe mucha gente, porque tampoco es cosa de ir pregonando qué es lo que tanto ansiamos o con lo que soñamos, como si el comentarlo pudiera gafarlo.

Y a veces crees que lo rozas con los dedos, y otras veces crees que está más lejos que el horizonte y que jamás lo conseguirás, pero sigues caminando hacia él, porque piensas que tal vez te espere en algún recodo del camino y camine lentamente para que lo alcances. Eso sí: para llegar a él hay que seguir adelante, no correr hacia él, puesto que sería como intentar adelantar al Sol, pero sí es conveniente fijarnos bien en todo aquello que se nos presenta en ese viaje, en ese camino de baldosas amarillas, y disfrutar, y aprender, y vivir. Porque el deseo forma parte de esa vida que estamos creando cada día y tenemos que alimentarla de motivos para darle alegría, ilusión y esperanza.

Ah, la esperanza. Es bonita. Es tan bonito tener una ilusión... Es tan bonito el brillo de nuestros ojos cuando pensamos por un momento en que podríamos conseguir por fin aquello que tanto ansiamos... Es tan bonita esa sensación que hace que el corazón lata rápido, que te emocione, que te haga palmotear y bailar aunque estés rodeada de gente. Es una sensación poderosa que olvidamos cuando comprobamos que aquello que nos daba esa fuerza se nos aleja de forma inexorable y creemos imposible de conseguir.

Puede haber gente a nuestro lado mientras seguimos en su busca, podemos conocer a muchos y otros desaparecerán por mil motivos diferentes de nuestra vida. Algunos nos ayudarán, otros nos lo pueden dificultar, y sólo unos pocos serán los que estén a nuestro lado durante todo ese proceso. Presenciarán cómo te acercas poco a poco a tu objetivo, a tu deseo, tal vez incluso ignora, qué es lo que tanto ansías. Y tú, a lo largo de todo ese tiempo, comprobarás que puedes acariciarlo a veces, puedes comprobar que no era para tanto, o puedes conseguirlo, cerrar los ojos y sonreír en silencio con el pecho henchido de júbilo. Por fin. Por fin...

Sea lo que sea que deseemos, sea el tiempo que sea que transcurra lo que queramos desde hace años como una meta a conseguir, jamás deberá hacernos olvidar de todo por lo que hemos pasado, por lo que hemos vivido, la de gente que hemos conocido, y en especial, de la buena gente de la que hemos aprendido lo bueno que tenemos dentro y que nos ha hecho ir siempre adelante, con mayor o menor rapidez.

Que cuando lo tengas, puedes compartirlo o no con los demás, que tal vez no lo consigues cuando lo deseas y como lo deseas, pero lo disfrutas. Nadie sabrá jamás el orgullo, la felicidad, que te supura por cada centímetro de tu piel. Tal vez tampoco entiendan qué es tan importante para que te alegres de esa forma. Pero pensarás, y dirás, por fin. Por fin. Y, aunque sea efímero, temporal o intermitente, sabes que es posible, que lo puedes conseguir. Que es real. Que fue real. Que fue tuyo. Que lo es. Y ríes. Y lloras. O haces las dos cosas al mismo tiempo. Qué más da. La cuestión es disfrutar de esa explosión de alegría que estalla en tu pecho que hace que no te importe nada más que dejar que te embargue ese júbilo por algo que tanto deseabas.

Así que cuando se cumple un deseo sólo hay que decidir si quieres que dure eternamente, si quieres volverlo a conseguir, y vuelves al inicio, a la casilla de salida, y vuelves a llenarte de ilusión para emprender de nuevo el viaje hacia tu deseo más valioso.

Porque los deseos se cumplen. Los míos, también.

Ahora, a por el siguiente deseo que está al final de este otro camino lleno de aventuras, anécdotas y gente maravillosa.

Porque lo conseguí. Por fin lo conseguí. Ahora sólo espero mejorarlo.