25.11.20

De perros y hombres

Yo nunca quise tener un perro.

Realmente, ni siquiera lo había pensado. Jamás se me había pasado por la cabeza, nunca lo había sopesado, planteado ni imaginado. Ni como supuesto. En la vida había tenido esa idea. Y ahora resulta que me siento como la mujer que susurra a los perros, porque parece ser que me llevo mejor con los perros de lo que me imaginaba.

Que una cosa es pensar en tener perro y otra, muy diferente, es que te gusten. A mí me gustan los perros de los demás porque yo no me había planteado nunca tener uno propio.

Que se alegre de verte llegar a casa, que te reciba con alegrías, que quiera jugar contigo, que te traiga sus cosas para que las arregles, que quiera acompañarte cuando quieras salir, que se quede durmiendo con la cabeza sobre tu muslo... Joer, es mejor que tener novio, no fastidies. Los animales son mucho más nobles que cualquier tipo que con el que haya salido yo. Porque tanto a los perros como a los tíos con los que he salido hago una cosa en común: tratarlos muy bien. La diferencia es que los perros lo agradecen. Los tipos estos, además de que se les hace poco, quieren más, y además, para despreciarlo.

Los perros de mis amigos son cariñosos, se abalanzan sobre ti y a veces no controlan la fuerza que tienen cuando son grandes. Porque me gustan los perros grandes. Me encanta hacerles rabiar y juego con ellos. Les pongo los pies encima cuando están tumbados y les rasco con los dedos, y ellos se dejan, disfrutan, o quieren más cuando me detengo. Me traen sus juguetes cuando quieren jugar. Me miran esperando una galletita que suelo tener por ahí para ellos. Se dejan acariciar y abrazar. Se quedan durmiendo a mis pies o sobre el sofá junto a mí permitiendo que les esté rascando la cabeza, el cuello o el lomo. Mueven su cola alegres cuando me ven y me reciben con todos los honores. Me hacen sentir bien. Joer, que sólo soy una amiga de sus dueños y agradezco ese cariño que comparten y te dan.

Nunca he salido con nadie que tuviera perro, ahora que lo pienso. Supongo que es una señal. Yo tampoco he tenido perro, vale, pero no me he comportado como han hecho los personajes con los que he salido. Los perros agradecen que les traten bien. Los perros son muy agradecidos.

No comparo a hombres y a perros, yo sólo quería contar que nunca había pensado en tener mascota.

Jamás se me había ocurrido.

Nunca.

8.10.20

Y a otra cosa.

 Llevaba un tiempo ilusionada con alguien. 

Yo creía que la cosa iba bien. Luego pensaba que no. Luego pensaba que sí. Otra vez pensaba que no. Y como estoy de un rancio para qué, pues lo dejé estar y resulta que oye, que sí era lo que parecía pero cuando yo ya estoy dispuesta a involucrarme más de lo que tenía pensado tras tanta insistencia... es que no le apetecía complicarse la vida ni compromiso de ningún tipo. Ah. Ahora no. Interesante.

Bueno, pues llegó una nueva concursante a nuestro programa.

Yo tengo claro que no pienso mover un dedo por absolutamente nadie que no muestre interés por mí, y yo di un paso atrás dejando espacio, aire y distancia porque yo ya estaba convencida de que la cosa no  iba nada bien.

Y así era.

Lo bueno es que, bueno, los sentimientos son los que son, y no es fácil olvidarte así como así de quien te has ilusionado. Pero bueno, la verdad es que me he ilusionado tantas veces por alguien, que otra vez más tampoco me supone un drama, ni un trauma. Sólo que esa persona tampoco era para mí. Sí, ese tipo de personas en las que parece que me fijo, que cuando aparece otra mujer con dinero o buena posición, de repente no existe nadie más para ellos y oye, con ellas sí que quieren algo estable, serio y formal.

Es bonito el sentimiento, ha sido algo agradable pero he perdido el interés por completo, como si te estuvieras divirtiendo mucho en algún sitio y de repente algo te corta el rollo. Pues por el estilo. Y menos mal que ni me he pillado por él, ni mucho menos enamorado. De todas formas, no es agradable que te hagan sentir como un pasatiempo.

Así que vuelvo a recoger esos trocitos de corazón que se me han roto pero que podré reparar sin problemas. Vuelvo a dejar la mirada perdida durante unos segundos, vuelvo a apretar los labios en un gesto de orgullo y vuelvo a suspirar detrás de un tabique de nuevo.

Pero entonces levanto la cabeza, doy dos palmadas y me digo: "venga".

A otra cosa.

Que yo tengo muchas cosas pendientes por hacer y realizar, y mi tiempo no se detiene.

4.8.20

El reflejo

A lo largo de los años en los que he escrito en este nuestro blog he escrito muchas cosas personales, pero he escrito aún más cosas completamente tergiversadas para que nadie conocido, si leyera lo que escribo, pudiera reconocer hechos, personas, lugares o sucesos. Camuflo en ciertos posts, creo que de forma bastante efectiva, lo que hace la gente para que jamás nadie se pudiera ver reflejado en mis historias en el caso de que diera con este pequeño universo paralelo.

Basado en hechos reales, pero contado de otra manera, vamos.

Bueno, pues por lo que sea, hay gente que está completamente convencida de que hago las cosas exclusiva y únicamente por ellas. Ya sea para molestarlas o para observarlas, creen que el propósito de mi vida es estar pendiente de ellas. Supongo que, no sé, quieren creer que tienen público, acosadores o fans, por lo que están seguros de que si escribo algo, hago, digo, voy o callo, lo hago por ellos. Con dos cojones.

Es fascinante las ganas de existir que tienen algunas personas. Que me dan igual, todo sea dicho. No tengo ningún interés siquiera en que me dirijan la palabra, ni que me miren. Llevo muchos años sin ellas, llevo una vida bastante placentera sin ellas, tengo muchos planes para el futuro y estas personas no están. No existen. Pero nada, que tienen ganas de estar ahí, dando por el culo, incordiando, molestando, indagando y creyendo que me levanto todos los días por las mañanas pensando en qué hacer para cabrearles, imitarles o hacerme ver. Que no tengo ningún interés en sus personas, oigan. Pues nada. Que quieren seguir a diferentes distancias, unas veces los tengo a tiro de piedra y otras noto cómo casi me están oliendo el pelo. Y lo gracioso es que soy yo la que acosa. La que imita. La que va donde ellos están. La que un día les va a mandar al peo.

PERO A VER. Si se sienten tan solos y quieren mi compañía... ¿no se dan cuenta de que yo no quiero? Que se busquen un amigo, adopten un perro, que se apunten a clases de natación, no sé. Seguro que conocerán a alguien, pero vivir pensando que yo estoy tan pendiente de ellos es... como muy narcisista. No: es que es narcisista. Egocentrismo puro.

Ay, no sé qué me ven los psicópatas para atraerlos. Porque vaya imán que tengo con esta gente. No sé qué les doy. Y, cuando por fin se van, vuelven. Argh.

Esto que he escrito no lo he tergiversado. Es real. No creo que lean blogs y, si los leen, no creo que lean el mío. Pero creo que he camuflado todo muy bien para que no se sientan reconocidos. Y, si se ven reflejados, entonces es que han visto su reflejo.


23.6.20

El retorno a la normalidad

Holabuenasquétal.

Parece que ya volvemos a la rutina rutinaria de la que nos quejábamos antes. Eso sí, ahora con mascarilla y geles que no son de placer ni de sabores (o yo, por lo menos no he querido probarlos). Y nada, que ahora estamos más desinfectados que antes porque la naturaleza nos ha llamado guarros.

Lo de la distancia social lo llevo bastante bien. A mí, que no me gusta que me toque la gente salvo quien yo quiero que me toque, me gusta el que ya no quieran darte golpecitos en el brazo al hablarte. Lo llevo estupendamente, además de que parece que hay quien cree que soy yo quien tiene la peste por la forma en que ahora mantienen las distancias. Y de puta madre, oiga. Estoy por maquillarme pústulas para que me eviten más aún.

Lo de los besos lo llevo muy bien también. Sólo a los más y muy allegados, y no a todos, pero correré el riesgo para que los míos me contagien de algo, o ser yo quien les infecte, pero me ahorro de dar muchos besos a gente que puedo prescindir de besar porque si antes lo hacía por compromiso al saludarles ahora me viene de miedo para quitarnos esa absurda costumbre de babarnos la cara con cualquiera por compromiso. La manita, como mucho, y luego una buena dosis de gel o de agua y jabón porque yo no sé qué se ha rascado antes de tocarme mi mano, que soy un poquito asquerosita y esto ha hecho que me lave las manos un millón de veces más de las que me las lavaba antes.

Lo de las visitas es un poco absurdo. Viene gente con mascarilla que no se quita en todo momento, que se ha lavado las manos al entrar, que se sienta casi al final del pasillo para que no les contagie algo y que, antes de irse, vuelve a lavarse las manos por si mi casa está también infectada de viruses varios. Y los miras pensando en qué gilipollas que son, si ellos pueden traer a mi casa sus mierdas también. Pero bueno, la estupidez humana es así de fascinante.

Y esta nueva normalidad es muy rara, extraña, absurda, pero necesaria. Ya no das besos a cualquiera, ni te tocan tampoco por si acaso, quien no se fía de ti ya no se acerca mucho y tampoco viene mucho a tu casa, así que puedo decir que me gusta esta nueva situación. Distanciamiento social con los que no eran imprescindibles en tu vida, y con los que sí, cervezas, risas, cuidado, abrazos, besos y compañía.

Que hay que tener cuidado, pero no ser unos exagerados. Por nosotros, por los demás, por los nuestros, pero no por los agonías, que esos se alejan solos.

Y nosotros salimos ganando.

Ale, a cuidarse.

13.5.20

Que nunca dejen de verlo.

Son innumerables las veces que, con tal de agradar a alguien, nos hemos arreglado, vestido, preparado, ido, vuelto... Hemos hecho mil cosas con el propósito de conseguir que esa persona, esas personas, aprueben nuestro esfuerzo y el tiempo que hemos invertido en ellas.

Y somos gilipollas.

Dadles flores a un cerdo, que se las come, si no las ha pisado antes o hecho caca encima. Pues lo mismo. Que somos mayorines, coño, que a ciertas alturas de vida -cada uno a una altura de su vida, también es verdad- aprendemos que la miel no está hecha para la boca del asno y no todo el mundo al que le dedicamos nuestro tiempo se merece ese esfuerzo y, mucho menos, nuestro valioso tiempo.

Bueno, pues quiero hablar de la gente que sí que se lo merece.

Uf, a mí ya me da fatiguita esa gente que quiere ser el centro de atención, que se le hace poco lo que le das, o que quiere más porque lo que le das es insuficiente para su persona o no le gusta. Por eso, cuando detecto que está sucediendo -cada vez antes y en tiempo récord-, lo que hago es coger mi bolso y pirarme porque prefiero perder mi tiempo en otras cosas.

En cambio, hay gente con la que me siento el centro de atención. Todo se les hace poco, me merezco eso y más. Cuando abro la boca, y si no la abro, pues se las ingenian para tenerme presente a cada momento. Y es una sensación tan bonita el tener amigos así con los que se te hace poco todo lo que les das y notas que es recíproco... Es tan bonito compartir viajes, comidas, conciertos y experiencias... Te hacen partícipes de sus alegrías y de sus vidas en las que te involucran. Aún recuerdo cuando, no hace tanto, me convertí en la dama de honor en dos bodas diferentes, ayudando a las novias a vestirse y todo... Me hicieron sentirme querida gente a la que adoro. Y el tiempo ha pasado, la familia aumentado, y sigo siendo parte de la vida de amigos con los que siempre tendré un vínculo muy especial y que no podría agradecerles nunca el cariño que me han dado y lo querida que me siento. Y eso no lo puedo decir con mucha gente mucho más cercana.

Que estamos en una época difícil en la que, de momento, no nos vamos a ver en persona, ni reunir para cenar, ni irnos de viaje o concierto como antes, pero ahí estamos siempre, tras un mensaje, una llamada, un audio, una foto o un correo, para decirnos que pensamos unos en los otros y que estaremos bien si de nosotros depende. Una visita furtiva para encontrarnos en un supermercado o una parada de treinta segundos para dejarme algo en la puerta de casa y avisan para que baje a recoger lo que me traen. Que ya vendrán mejores días en los que nos podamos reunir de nuevo y darnos besos y abrazos, pasear, comernos un helado frente al mar, o saltar mientras gritamos a pleno pulmón una canción en un concierto, o caminar de noche junto a la orilla del mar tras cenar en la arena. Bañarnos desnudos en el mar. Hacer la estrella en la toalla por la tarde. Esperarlos en la estación. O ser ellos los que me esperen a mí. Y ver esos brazos abiertos que me reciben siempre con una gran sonrisa.

Antes pensaba que no sabía qué veían en mí. Ahora, en cambio, pienso que ven cómo soy realmente. Y que les gusta lo que hay.

Deseo, y espero, que nunca dejen de verlo.

Por los buenos amigos.

Salud.

10.4.20

"El gobierno, todo mal"

Estamos viviendo algo que ha pasado a formar parte de la historia. 

Es una época en la que el gobierno que tenemos, afortunadamente el mejor para estos tiempos, ha hecho un despliegue dentro de sus capacidades, para afrontar esta crisis de la mejor manera que saben. ¿Mejorable? Por supuesto. Pero con competencias sanitarias cedidas a las CCAA, algunas habiendo medio privatizado la sanidad, con falta de material sanitario, culpan al gobierno de sus carencias, como si en una semana, un mes, se pudiera reponer lo que se ha recortado en años. SI aciertan, son ellos. Si fallan, el gobierno. No hay nada más que ver la indignación con la que el ejército se encontraba cadáveres de ancianos en residencias y la gente culpaba al gobierno. Residencias, por si lo desconocéis, de gestión privada y/o religiosas, en las competencias cedidas a CCAA, en las que en algunas, las dulces monjitas que allí "trabajaban" con la tercera edad salieron por piernas dejando a trabajadores y residentes abandonados junto a cadáveres. Pero claro, el gobierno, todo mal. 

Aprueban ayudas a toda clase de habitantes: desempleados, afectados por erte, autónomos (que cuándo un autónomo ha recibido una ayuda en este país), hablan de una renta básica... Y todo es insuficiente. Lo que más me fascina es la cantidad de expertos en economía que se dedican a decir que el gobierno todo mal cuando ha llegado algo que sobrepasa a cualquier gobierno. Hasta Holanda, Reino Unido o EEUU, que prácticamente pensaban que con ellos no iba y España era una pringada, se están cagando encima porque han visto que, cuando entra ese puto virus en un país, es incontrolable y tiene consecuencias devastadoras a todos los niveles. Y estos expertos en economía son como el viejo que, apoyado en la valla de una obra, le dice al que trabaja que eso está desviado, que le eche más arena, o que él lo haría mejor. Pero el gobierno, todo mal.

Una de las cosas que también ha resultado afectada ha sido la educación. Los escolares, universitarios, los estudiantes en general, han visto cómo han suspendido las clases de forma definitiva este curso escolar. Pero la educación, no. Los profesores, desde casa, mandan apuntes, deberes y trabajos a escolares. Los padres tienen que ayudar a sus hijos en muchas ocasiones, con el consiguiente esfuerzo que supone. Pero no van a dejar a sus hijos perder el curso por ello, ¿no? Muchos no disponen de dispositivos electrónicos en casa y, tal vez, ni siquiera wifi en casa. Así que, en un despliegue sin precedentes, veo cómo, por lo menos en la Comunitat Valenciana, la Generalitat se ha preocupado en llamar a cada estudiante para conocer sus limitaciones de conectividad, si no disponen de wifi o de dispositivos, por lo que están dando tarjetas sim y tablets a quienes no tienen. Una gran medida social que hay que agradecer a un gobierno valenciano que apoya al gobierno español ante una pandemia sin precedentes.

Esos padres que tienen que ayudar a sus hijos se quejan de la cantidad de cosas que tienen que hacer. A ver, oiga, esas cosas las hacía su hijo en clase, y parte en casa, pero ahora tienen que compensar la ausencia de clases con otra cosa. Hay quien hace clase online, hay quien sólo se maneja con apuntes y hay quien ve vídeos educativos que la maestra les ha dicho que vean. Y tal vez el problema está en que antes dejaban la educación escolar de sus hijos en manos de los maestros y no se preocupaban de si hacían más o menos deberes, y ahora ven aterrorizados que, encima que tienen que soportar una pandemia, tienen que bregar con los deberes de sus hijos. O que tienen que compartir su tablet u ordenador entre varios, si teletrabaja y tienen deberes al mismo tiempo. Pues mire, oiga, todos estamos en plena pandemia y tenemos que llevarlo lo mejor posible. Y si no se preocupa por sus propios hijos, no creo que se preocupe mucho por mí, así que queda hasta ridículo que se quejen de que tengan que ayudar, o estar, con sus propios hijos haciendo tareas escolares. ¿Que son muchas? Sí, pero son necesarias y temporales. Esto que estamos viviendo supone una nueva adaptación que hay que afrontar. Sí, tomando una cerveza en el bar con los amigos se está de fábula, pero que estamos hablando de sus propios hijos, de los que se quejan tanto. Pero el curso está a punto de terminar, vamos, no querrán que sus hijos pierdan todo el curso por un par de meses que queda para terminar. ¿O la culpa de eso también la tendría el gobierno?

Y es cuando empiezan a atacar a los profesores, que están en sus casas. Yo no soy profesora, pero es que me fascina cuando lo dicen. ¿En sus casas? ¿Que dónde tienen que estar en plena pandemia con los colegios, institutos y universidades vacíos? Pues en sus casas, preparando todo el material del que te quejas. Preparando esos vídeos que tienen que ver, subiendo esos apuntes que tienen que estudiar o corrigiendo las cosas que vuestros hijos les envían. Pero claro, están en casa. Y ese mensaje cala hondo. "Están en casa". Y por muy bien que estemos llevando esta pandemia en nuestra casa, ninguno estamos así por gusto. Pero claro, como el gobierno todo mal pues...

Y con la pandemia han venido problemas de paro, problemas de sanidad saturada, aunque parece que empieza a notarse una mejoría gracias al confinamiento. Ya veremos qué sucede cuando empiecen a levantarse las restricciones. También, todo sea dicho, que la inmensa mayoría del país lleva esto bastante bien. Higiene extrema, pocas salidas a la calle salvo para compras imprescindibles, excepto los cuatro descerebrados que existen en toda sociedad que se precie y que hacen un Boris Johnson y piensa que son inmunes. O los cuatro impresentables que cogen el coche y se van su segunda residencia a pasar el confinamiento, a veces, a cientos de kilómetros de su casa.

Yo tengo claro que estamos con el mejor gobierno que podríamos tener en estos momentos, porque con los otros estaríamos en la pura mierda, tanto a nivel sanitario como educativo, como social, laboral y a tantos niveles que no quiero pensar hasta qué nivel de miseria llegaríamos a llegar estar. Pero que mucho peor que ahora, desde luego.

Así que cuidáos, tened paciencia. Y que, dentro de lo malo, no estamos viviendo refugiados en una cueva en las montañas o viviendo a la intemperie. Estamos en nuestras casas, con todo o lo poco que tengamos, pero en casa. Durmiendo en una cama, viendo o no la tele, con una ducha y un váter. Y con conexión a internet, así que incomunicados, no estamos. Y estar entretenidos también es importante.

Y hoy, viernes santo, toca ver la película que hay que ver todos los años en un día tan especial:


La vida de Brian.


Disfrutadla como lo hago yo.




9.4.20

El imán.

Dicen que la vida es un espejo y que atraes lo que eres.

Pues como esa frase me la tomé como mandamiento en mi vida, cuando se acerca algo o alguien que no me conviene o me hace sentir mal, enseguida pienso que una mierda soy eso que se planta delante de mis narices, que yo no soy eso, ni así, por lo que lo ignoro y hago todo lo posible para que se me plante delante otra cosa y que sí me guste. Porque yo ya, lo que tengo clarísimo, es lo que no quiero y lo que no soy.

Vale, ya ha pasado mi momento de hablar de mí, coño, que parece que el blog es mío. Que sí, que a unos les caeré fatal, otros me querrán mucho y para la inmensa mayoría de los siete mil millones de habitantes en el planeta no soy absolutamente nadie. Perro vamos a dar la vuelta a la tortilla... ¿Qué pasa con esa gente que deja de existir para nosotros?

Eso es una cosa en la que he pensado alguna vez. Hay amistades, relaciones, compañeros, que se desgastan, que se alejan, que sólo están con nosotros una etapa de nuestra vida, porque hay gente que sólo está de paso. Pero hay gente a la que evitamos, de la que no queremos saber absolutamente nada. Esa gente era el espejo en el que no nos gusta reflejarnos porque ni de coña somos así. Es gente que no aporta absolutamente nada bueno a nuestras vidas. Y es gente que no queremos que esté en nuestra vida. ¿Por qué? Hay muchas razones, pero la más importante es porque nos maltrataron, y es un verbo que puede tener muchas interpretaciones. Demasiadas.

Y pienso, primero, en qué clase de placer obtendrán en ser tan malas personas. No sé, tendrán algún trauma, o complejo, o alguna filia tan rara como ellos, porque no me explico el nivel de hijoputismo que pueden llegar a tener, nivel psicopatía.

También pienso en qué ganan con ello. Si la gente les da de lado, por qué insisten en ese comportamiento mezquino y falso. Ya sabemos que son mala gente, pero... ¿tanto les compensa? ¿Pierden tiempo de su vida en hacer infelices a los demás? ¿Para qué? Y eso hace volver al punto anterior. Inmadurez. Miedo. Inferioridad. Miseria.

Y luego está en por qué no quieren comprender que hace tiempo se quedaron fuera de nuestras vidas. Y no volverán a ellas. Primero, porque ya nos preocupamos nosotros de rechazar a gente así, ya tuvimos suficiente y, segundo, porque no todos intentan de nuevo acercarse. Unos por cobardía, otros por falsedad, pero los que vuelven no han cambiado su manera de ser, siguen siendo los mismos que tiempo atrás se comportaron de manera tan miserable, y tampoco nos van a devolver el precioso tiempo que les dedicamos y que podríamos haberlo gastado en contar confetti.

Tiene que ser muy lamentable y triste que no les queramos ni ver por lo bajo que han caído, por las personas tan odiosas y vomitivas que son. Y no quieren darse cuenta, pero no es nuestro problema. Y no ven que no son nada realmente. Pero saben que perdieron algo que tenían y no lo van a recuperar. Cada uno de ellos actuará de una forma diferente para justificarse, para convencerse que no han hecho nada malo. Pero es cierto que las personas que estén a su alrededor tienen que ser muy infelices.

Por que ellos reparten lo que son: mierda.



23.3.20

Contigo mismo

En estos días tan poco comunes como peligrosos, debemos confinarnos en casa y tener todo el cuidado del mundo para intentar no infectarnos ni contagiar a nadie. Ahora es cuando podría criticar a los que arrasan supermercados pensando que se acaba el mundo, los que salen por la calle como si a ellos no les afectara el estado de alarma y a los que compran guantes y mascarillas dejando a los que sí las necesitan sin existencias.

Salir a trabajar, con la que está cayendo, no tiene que ser agradable para nadie, y los que trabajan relacionándose con pacientes y con público en general corren más riesgo que los que están sólo compartiendo oficina, por muy pequeña que sea.

Y cuando estás en casa, ya sea porque vienes de trabajar, o porque estás en casa durante todo el día, piensas en qué puedes hacer para entretenerte, si no puedes salir. Y aquí está el problema para mucha gente. Que no sabe qué hacer.

Me da pena la gente que no sabe en qué ocupar su tiempo. ¿No tienen ninguna afición? ¿Sólo esperan recibir estímulos externos? ¿El mundo gira a su alrededor, en torno a ellos? ¿Culpan a la situación de que se aburren? ¿No son capaces de coger un lápiz, un libro o un destornillador y hacer algo útil y/o entretenido con ellos?

Pues hay gente que dice que no.

Y es triste.

Es triste porque vemos que no les gusta hacer nada. Nada es de su agrado, nada les interesa, no tienen curiosidad por nada. Salvo estar por internet y/o visualizando series o películas, poco o nada les atrae. Ni muestran interés en intentar llenar su tiempo, estos días que hemos pasado y los que nos esperan, de forma entretenida. Culpan a la situación de que les hace perder el tiempo, como si a los demás nos encantara no salir de casa salvo para comprar o trabajar. Se quejan a los demás de que no saben qué hacer, como si esperaran que los demás siguieran dándoles ideas o sugerencias, porque nada les parece bien ni lo suficientemente interesante. Y claro, si nadie es capaz de darte la idea adecuada, preocúpate tú de averiguarlo y deja a los demás tranquilos con tu indignación.

Nos esperan días que pueden parecer interminables, pero hay que llenar nuestro tiempo con algo que nos haga más llevadera la espera. Es una época en la que podemos encontrarnos con nosotros mismos, ver de qué estamos hechos. Si estás solo/a, mejor aún. Si no es así, no estés siempre encima de los demás, date y dales espacio. Pero esto puede ser una oportunidad para saber de qué estamos hechos, qué somos cuando no tenemos estímulos externos, cuando nos quitan la rutina de la que nos quejábamos y nos imponen una rutina peor que tenemos que respetar por el bien común.

Llenemos nuestro tiempo de cosas que nos interesen, sea lo que sea. Cuando pase el tiempo recordaremos estos días y tenemos que pensar que los aprovechamos para hacer cosas que nos dejaron buenos recuerdos y satisfacción. Dejemos de depender de los demás o de lo que hay fuera de la puerta de casa para sentirnos bien. Busquemos, en la curiosidad a veces podemos encontrar la respuesta.

Busquemos y encontrémonos. Hablemos con los nuestros, sí, no perdamos el contacto, pero trabajemos con nuestro interior, con lo que nos guste y descubramos otras cosas que nos pueda gustar. Y que, cuando se lo contemos a nuestros nietos, quede como algo curioso, no como una  pesadilla en la que sólo se queje uno de que no podía salir o que se aburría. Lamentos que, por lo que vemos a nuestro alrededor, resultan bastante patéticos.

Así que coged un trozo de tela, un papel o un libro, lo que se os ocurra, y trabajad vuestra curiosidad con lo que os guste. Van a ser muchos días y hay que mantenerse ocupado y entretenido.

Y pobre del que no lo haga.

12.2.20

Alcanzando el horizonte

Yo creo que no hay nadie en el mundo que no desee algo.

Aunque el objeto de deseo pueda cambiar en cantidad, forma y motivo a lo largo de los años, todos, repito, todos, tenemos algo con qué soñar, qué desear, qué ambicionar, qué buscar. Siempre tiene que estar el motivo delante de nosotros, como la zanahoria frente al caballo, que nos vaya guiando, dirigiendo, que nos anime a seguir mientras avanzamos yendo al alcance de nuestro objeto de deseo, sea visible o no. Sencillamente, que nos sirva de estrella polar para tenerlo como referencia y guiarnos hasta nuestro deseo más ansiado.

Porque aunque nos cueste llegar o alcanzar lo que tanto deseamos, sí puede ser grato y placentero el camino que nos lleva a él. Vivir experiencias, probar cosas, conocer gente, descubrir, experimentar, comparar, sorprendernos, decepcionarnos, dejar, acercarnos o disfrutar, todo forma parte de ese viaje que decidimos en silencio iniciar, decidido de forma solitaria puesto que el deseo es sólo nuestro y, o no lo hemos compartido con nadie, o no lo reconocemos, o no lo sabe mucha gente, porque tampoco es cosa de ir pregonando qué es lo que tanto ansiamos o con lo que soñamos, como si el comentarlo pudiera gafarlo.

Y a veces crees que lo rozas con los dedos, y otras veces crees que está más lejos que el horizonte y que jamás lo conseguirás, pero sigues caminando hacia él, porque piensas que tal vez te espere en algún recodo del camino y camine lentamente para que lo alcances. Eso sí: para llegar a él hay que seguir adelante, no correr hacia él, puesto que sería como intentar adelantar al Sol, pero sí es conveniente fijarnos bien en todo aquello que se nos presenta en ese viaje, en ese camino de baldosas amarillas, y disfrutar, y aprender, y vivir. Porque el deseo forma parte de esa vida que estamos creando cada día y tenemos que alimentarla de motivos para darle alegría, ilusión y esperanza.

Ah, la esperanza. Es bonita. Es tan bonito tener una ilusión... Es tan bonito el brillo de nuestros ojos cuando pensamos por un momento en que podríamos conseguir por fin aquello que tanto ansiamos... Es tan bonita esa sensación que hace que el corazón lata rápido, que te emocione, que te haga palmotear y bailar aunque estés rodeada de gente. Es una sensación poderosa que olvidamos cuando comprobamos que aquello que nos daba esa fuerza se nos aleja de forma inexorable y creemos imposible de conseguir.

Puede haber gente a nuestro lado mientras seguimos en su busca, podemos conocer a muchos y otros desaparecerán por mil motivos diferentes de nuestra vida. Algunos nos ayudarán, otros nos lo pueden dificultar, y sólo unos pocos serán los que estén a nuestro lado durante todo ese proceso. Presenciarán cómo te acercas poco a poco a tu objetivo, a tu deseo, tal vez incluso ignora, qué es lo que tanto ansías. Y tú, a lo largo de todo ese tiempo, comprobarás que puedes acariciarlo a veces, puedes comprobar que no era para tanto, o puedes conseguirlo, cerrar los ojos y sonreír en silencio con el pecho henchido de júbilo. Por fin. Por fin...

Sea lo que sea que deseemos, sea el tiempo que sea que transcurra lo que queramos desde hace años como una meta a conseguir, jamás deberá hacernos olvidar de todo por lo que hemos pasado, por lo que hemos vivido, la de gente que hemos conocido, y en especial, de la buena gente de la que hemos aprendido lo bueno que tenemos dentro y que nos ha hecho ir siempre adelante, con mayor o menor rapidez.

Que cuando lo tengas, puedes compartirlo o no con los demás, que tal vez no lo consigues cuando lo deseas y como lo deseas, pero lo disfrutas. Nadie sabrá jamás el orgullo, la felicidad, que te supura por cada centímetro de tu piel. Tal vez tampoco entiendan qué es tan importante para que te alegres de esa forma. Pero pensarás, y dirás, por fin. Por fin. Y, aunque sea efímero, temporal o intermitente, sabes que es posible, que lo puedes conseguir. Que es real. Que fue real. Que fue tuyo. Que lo es. Y ríes. Y lloras. O haces las dos cosas al mismo tiempo. Qué más da. La cuestión es disfrutar de esa explosión de alegría que estalla en tu pecho que hace que no te importe nada más que dejar que te embargue ese júbilo por algo que tanto deseabas.

Así que cuando se cumple un deseo sólo hay que decidir si quieres que dure eternamente, si quieres volverlo a conseguir, y vuelves al inicio, a la casilla de salida, y vuelves a llenarte de ilusión para emprender de nuevo el viaje hacia tu deseo más valioso.

Porque los deseos se cumplen. Los míos, también.

Ahora, a por el siguiente deseo que está al final de este otro camino lleno de aventuras, anécdotas y gente maravillosa.

Porque lo conseguí. Por fin lo conseguí. Ahora sólo espero mejorarlo.