28.3.19

De quejas y quejas.

Sé por qué he estado toda la vida escuchando a los demás sus penas. Sé perfectamente por qué he estado acompañándoles en sus tristezas, animando, consolando y dándoles esperanza. Sé también por qué  me preocupaba por ellos, por todos y cada uno.

Un día pensé: pues creo que tengo un problema. Y, al analizar mi situación, vi horrorizada que ese problema era consecuencia de otro más grande. Y que realmente tenía muchos problemas que, si seguía por ese camino, no iba a resolverlos nunca. Reconocer que se tiene un problema es el primer paso. Lo complicado es dar el segundo.

Mientras seguía escuchando las penas ajenas yo balbuceé alguno de los míos.

Ahí empecé a ver que no había casi nadie que me escuchara, ni que me acompañara, ni que me animara o me diera esperanza. Por lo general, escuché un bueno, estás exagerando, o poniéndome en duda, culpándome de lo que me pasaba... En un principio pensé que menos mal que sólo había contado algo  y no tenían ni idea de todo lo que había más.

Pero no. No era así. Había hecho el esfuerzo de confiarme en unas pocas de esas personas y muy pocas me escucharon realmente. Esas personas, todas, habían visto cómo yo había estado a su lado en sus malos momentos. ¿Y cómo se comportaban cuando era yo la que necesitaba que me escucharan, por lo menos?

Que si exageraba. Que si no era nada. Que era muy raro lo que me pasaba. Que...

Pues no. Yo tenía una inmensa bola de nieve que, si no me apartaba, me iba a aplastar. Y algunas de esas personas intentaban por todos los medios que siguiera en la trayectoria de esa bola, compuesta de muchos problemas. En un principio pensé en afrontarla, creyendo que podría. Luego me acobardé. Luego me hundí por completo.  Y luego pensé: ¿qué es lo peor que me puede pasar ya?

Tengo que dar las gracias a esas personas que sí estuvieron conmigo. No me juzgaron, me escucharon y no buscaron nada a cambio. Tengo que agradecerles hasta que me muera que me acompañaran, que me aconsejaran, que aguantaran mis lágrimas y mis silencios. Porque yo, esa persona fuerte que escuchaba y acompañaba a los demás, tenía mis propios problemas que muy poca gente quiso ver o reconocer.

Así que sí, llegó un día en el que los que no me apoyaron ni estuvieron cuando yo estuve tan mal, los mismos que solucionaban mis cosas con una frase, me seguían contando sus penas y yo les cortaba porque no me interesaba ya escucharles, me aburrían con problema cotidianos que yo, además, también tenía, y así se lo decía.

Yo sé por qué escuchaba a la gente y por qué no suelo escuchar ahora. Sé cuál ha sido la diferencia entre una época y otra, y sé en quién confiarme y quienes pueden confiar en mí lo saben perfectamente también.

Si alguien que nunca se queja empieza a hablar, deja que lo haga. No sabes por lo que puede estar pasando esa persona.

7.3.19

Cruces.

A veces hay caminos que vuelven a cruzarse.

Se cruzan, y se vuelven a cruzar, y se cruzan tantas veces que acaban yendo en paralelo hacia cualquier sitio, no importa dónde porque la compañía era grata y no había prisa para nada. 

Y de repente, se separan, porque sí, porque hay cosas que no duran mucho, pero sí lo suficiente para dejar un bonito recuerdo y desear lo mejor a esa persona que compartió algo muy especial contigo sacando lo bueno que había en ti y yéndose sin llevarse nada, dejándote feliz, tanto como lo eras cuando lo conociste.

Y caminas por cualquier otro sitio conociendo lugares nuevos, cruzándote con otra gente, a veces una vez y otras, varias veces, pero el camino sigue y sigues sin ninguna prisa.

Entonces esa persona tan especial que se cruzó contigo y que procuró ir en paralelo, aparece de nuevo en tu vida y ves que hace lo posible para caminar a tu lado, allanando camino, cortando malezas y refrescándote si hace calor. Procura cobijarte en el frío, saber de ti y hacerte partícipe de su vida. Y mientras camináis sin prisa, porque seguís sin tener prisa para nada, dejas que te quiera otra vez, pero esta vez de forma distinta. Vela tu sueño, abraza tu cuerpo, besa tu sien, te mete en su vida, te mira con sus ojos azules, te regala su gente, te saca la más grande de tus sonrisas y te da paz. Y amor. Y lujuria. Y su vida.

Así que sólo recomiendo que siempre se disfrute del camino, independientemente de su duración, y sin importar lo que pueda durar.

Nunca sabes con quién te vas a cruzar.