21.1.21

La otra

 Por lo visto, los hombres que me han gustado de verdad me ven como el hombro en el que llorar.

He presenciado y vivido lágrimas y cabreos de recién separados a los que su ex siempre, pobrecitos, los trataba como una puta mierda. He aguantado morros y enfados que no he provocado por ex que, casualmente, siempre les ha hecho saltar y, casualmente, pagar conmigo sin comerlo ni beberlo. He visto cómo me han buscado para desahogarse porque su ex, esa tan malvada, les había hecho no sé qué, o no sé cuántos. Y yo, por esa empatía que me caracteriza, les escuchaba porque necesitaban hablar, sin juzgar a esa ex de turno que no conocía. Y, mientras, tuve que soportar de ellos lágrimas, cabreos, morros, enfados y desahogos por ex que no conocía ni me importaban.

Cuando ya están tranquilitos y ven que además de tener un buen hombro donde llorar resulta que tengo un revolcón, hubo quien lo intentó, y quien lo logró. Su ex seguía en su boca, hasta que empezaron a hablar de otras, incluso en la cama después de retozar, en donde vi que yo era la otra, pero no lo quise reconocer. Y siempre era otra la que les hacía suspirar, otra de la que hablaban maravillas, otra con la que suspiraban, soñaban o se derretían. Otra. Siempre había un nombre de mujer que no era el mío. Pero con quien se acostaban era conmigo, no con ellas. Se acostaban conmigo y se despertaban conmigo, no con ellas. Y alguna vez tuve que decir que si tanto les gustaba esa moza, una, por qué me la nombraban a mí, y dos, qué coño hacían conmigo. Y entonces era cuando empezaban las excusas. Tú me comprendes. Contigo estoy muy bien. Y todas esas cosas que te dicen para convencerte. Pero yo sabía perfectamente que yo era la otra.

Y me dejaron sin decir adiós, o de forma brusca, poco elegante o siendo cruel cuando la susodicha les hizo caso. Y yo a veces lo llevé regular, y otras veces peor, algunas bastante bien. Pero todos ellos se fueron para ser felices junto a su amada, con la que comparten hoy una vida en común por siempre jamás, mientras yo me preguntaba: ¿Otra vez?.

De todo ello aprendí una cosa: que me alegro de que me dejaran por ella, la elegida. Me alegro de que ahora sean felices, coman perdices y regalices, tengan hijos, o perro, o hipoteca, o contrato de alquiler comunes porque los que son realmente felices me dejan en paz, tranquila y ni miran lo que haga o deje de hacer. Me alegro de que me abandonaran, cada uno a su manera, porque así demostraron cómo eran realmente, dejando en mi recuerdo la cobardía y la maldad que poseían, que no me mostraron cuando me necesitaban y, supuestamente, lo pasaban tan mal por culpa de esa ex, que era la malvada del cuento. Y la forma de marcharse es lo que recuerdo de ellos.

Todos, tras el sí de ella, presumieron de pareja, de esposa, de mujer, de lo enamoradísimos que están todos ellos. Que el amor les durará para siempre. Y hubo quien se encargó de intentar pregonármelo en la cara, como si no me hubiera enterado ya de su felicidad absoluta y eterna porque ya lo había anunciado a bombo y platillo. Y de recordármelo intermitentemente, por si se me olvidaba, cansinos.

Pero hay un pequeño, mínimo y sutil detallito sin importancia.

Que mientras ellos las cortejaban, con quien se acostaban era conmigo. Que cuando ellas les dijeron que sí, casi todos seguían acostándose conmigo hasta que vieron que ellas aceptaban empezar algo con ellos. Incluso hubo quien simultaneó a ambas. Que yo me entero a veces de las cosas.

Y seguro que a ninguna de ellas les hará ni puta gracia enterarse de ello, como a mí me alivia pensar que ningún tío así quisiera quedarse conmigo.

Porque recordad que nuestros actos son los que nos definen.

Y qué suerte tengo de que me dejaran esos tíos.

1 comentario:

manolito dijo...

me descojono contigo.
cuanta verdad en tus entradas.
ta apeteciéndome volver a publicar...
ya sabes..nostalgia, un abracín...un q se yo!! y el colibrí dentro del nido!!


Abrazo