22.11.16

Llueve.

Cuando camino por la calle y empieza a llover me gusta levantar la cara y notar esas primeras gotas sobre la piel.

Cuanto más fina es la lluvia es mejor la sensación. Durante unos segundos saboreo esos instantes en donde noto algo agradable, aunque después, según la intensidad de la lluvia, decida si seguir con mis rarezas o caminar junto algún edificio para resguardarme, si es más intensa y no llevo paraguas. .

Con las primeras gotas ves cómo la gente a veces cree que en vez de agua está lloviendo ácido corrosivo, lo que da lugar unas situaciones un tanto cómicas, como la que va con el paraguas al lado de la pared y tú, sin paraguas, le tienes que decir que hace bien en no mojarlo, no sea que se le encoja. El paraguas, quiero decir.

Parecerá una tontería, pero la lluvia siempre me recuerda a que limpia la atmósfera, el suelo, riega la tierra y las alcantarillas se llevan toda la suciedad. Poéticamente, quiero decir que hay cosas que me gusta pensar que la lluvia se las lleva, las arrastra lejos y despeja muchas cosas.

Hoy está lloviendo. La lluvia está limpiando la atmósfera, las calles, riega la tierra en jardines y campos, y yo pienso que también está limpiando algunas cosas de mi vida y regando otras.

También me gusta ver llover y ver cómo el agua del suelo se va, cómo se forman los charcos. Y cómo, al dejar de llover, me fijo cómo se van secando el suelo y esos charcos hasta que desaparecen.

Y tras la lluvia, el suelo se seca, la tierra se seca, y la vida sigue igual que antes de que lloviera.

Por todo eso me gusta la lluvia.

Salvo cuando llueve como se describe en la película Forest Gump: de abajo a arriba, de lado...

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