19.9.16

Un poquito de ketchup.

Sabéis que hay amigos más exquisitos que otros. De hecho, muy pocos son exquisitos porque sean así. Hay algunos que su exquisitura es sólo cuando va de invitado a casa ajena o cuando es otro el que paga la cena, por ejemplo. Son sibaritas por cuenta ajena. Son amantes de la buena cocina cuando es otro el que guisa. Les apetece delicatessen cuando es otro el que las paga. Pero cuando les toca ser a ellos los anfitriones... ah, amigo...

Recuerdo que una vez andaba yo tonteando con un chico. Que si jijí, que si jajá. Tonterías, ya sabéis. Un día vino a mi casa a comer y acabó eligiendo el menú que yo preparé sólo porque a veces dejo que elijan qué quieren ese día. Pero pasó una cosa que hizo que me bajara la libido de golpe. No sé si notásteis el temblor, supongo que sí, pero no sabríais el motivo. Pues fue al entrar a su casa. Resulta que habíamos quedado, que yo pasaría por su casa mientras él se cambiaba. En cuanto entré en su casa se me fue toda la atracción que sentía hacia él. La casa no es que estuviese sucia, es que no se había dignado en arreglarla un poco siquiera. No se había molestado, sabiendo que yo iba, en adecentarla un poco. Las cosas se amontonaban en cualquier rincón. Y me sentí mal. Sencillamente, porque no había perdido ni un segundo de su vida en preparar mi llegada. La cosa no llegó a nada.

Otra vez invité a una pareja amiga. A ella la conocía desde que éramos unas crías, y mi chico y yo éramos los anfitriones. ¿Qué queréis cenar? Entrecôt, dijo su marido. Joder, el colega, no pide ni ná. Pues ale, entrecôt para el nene. Una mesa más que decente, con vino, copas y tal, y se presentaron sin nada. Bueno, pensé, no todo el mundo cae en esas cosas. Pero pasó una cosa. Que fuimos nosotros los invitados. Y fuimos a su casa con el postre, para ver que íbamos a cenar en la cocina porque el comedor no lo usaban, sólo para las grandes ocasiones (sic) y veo horrorizada cómo abre una bandeja de pyrex mientras enseña unos tristes trozos de lomo y tocino más resecos que una momia y alega que es que se los ha hecho su madre, y que como están un poco secos se les pone un poquito de ketchup y listos. No volví a querer quedar a cenar con ellos porque me pareció lamentable que me sacaran carne reseca que encima habría hecho su madre para ellos, y así se ahorraban una cena. Y que por mi virgensita en la que no creo, no vuelvo a quedar con ellos.

¿Y qué pasa cuando tienes invitados en casa? Sabéis que lo normal es preguntar qué quieren comer, desayunar, qué les gusta y tal... Pues el día que fui de invitada a casa de alguien por una vez me veo que era otro que tampoco se había molestado en perder tiempo de su vida en comprar nada para desayunar porque total, si vamos a desayunar fuera. ¿Seguro? Tienes poderes y lo sabes ya. Lo mismo tendríamos horarios diferentes a cuando viene a mi casa, o no comes lo mismo. Porque en mi casa te pones como un cerdo y veo que en la tuya no desayunas tan bien. Pues bueno. Ya dejó claro muchas cosas. Una de ellas era que era otra persona que tampoco se había molestado en  preparar mi llegada.

¿Y cuando vas de comida familiar? Ah, eso es divertido. Casualmente siempre hay alguien que le apetece una zarzuela, un arroz con bogavante o una mariscada cuando son los padres o suegros los que pagan. Pero cuando vas a con ellos de cena y hay que pagar a escote se piden paella o un plato combinado. Mierdosos, eso es lo que sois.

Mi amiga la viuda de España, por ejemplo, era de las que te llamaban y te decían Oye, que voy a comer a tu casa porque sí, porque quería, porque lo que sea. Bueno, pues a veces yo ya tenía la comida hecha, otras  tenía las cosas preparadas para hacer la comida, y otras veces le preguntaba si le apetecía algo. Pero... ¿y qué pasó cuando iba a su casa? No había día que no me sacara tuppers con restos y sobras de comida. No había día que no comiera algo que ya llevaba días hecho o congelado. Me pareció tan mísero que no quise volver a ir a comer a su casa porque era otra persona que le gustaba mucho ser invitada. Y mucho. Y por lo visto, si no tratas bien a tus invitados pues no querrán volver. Y vaya, que lo consiguen. Pero tiene cierto efecto secundario, y es que tampoco quieres tenerlos de invitados.

Cuando me dicen que podríamos quedar a cenar siempre digo un sí, claro. Creo que me han calado, pero insisten por si cuela. Y va a ser que no. Jiji.

¿Y cuando te vas de cañas? Tengo que comprarme un cronómetro para ver el tiempo que tardan algunos en sacar la cartera. Es más, algunos tardan tanto que podría sacarme la carrera aeroespacial mientras. Y yo, que si no puedo no quiero irme de cañas, pero si puedo no me pierdo una, me doy cuenta de que hay gente que tiene más morro que sed de cerveza, puesto que siempre acaban escaqueándose de pagar. Los que nos dimos cuenta acordamos poner un fondo e ir tirando de él, así no hay nadie que ratonee. No alimento cirrosis ajenas igual que tampoco me gustaba alimentar cánceres ajenos regalando tabaco.

Pues eso.

Con lo bonito que es compartir una buena cena entre amigos, tanto hecha en casa como si es fuera. O compartir un desayuno variado. O tomarte unas cañas y acabar diciendo que ya vas pedo y que ya no te cabe otra. Pero hay gente que prefiere gorronear e ir de jeta en vez de disfrutar de esos momentos con los amigos. Pues será que realmente no los considera amigos, porque a los amigos se les trata lo mejor posible y te tratan de la mejor forma posible.

¿Sabéis una cosa? Pues que no saben lo que se pierden.

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