2.3.08

Argh...

Han inaugurado las fallas.

No es que ya las estén plantando -eso lo dejan para el fin de semana de antes de San José-, pero ya empiezan con sus historias, que suelen ser bastante molestas para el resto de los mortales que no somos falleros. Los sábados por la noche ya se van a cenar a la falla -que prácticamente hay una en cada esquina-, con el consiguiente festuqui después y las voces y berridos a las tantas de la madrugada por esta gente que alardea de tener fiestas privadas, pero sólo nos dejan gozar de sus chillidos a horas intempestivas cuando vuelven borrachos a sus casas.

Lo peor será la semana de fallas. Es imposible ir en coche por direcciones normales. El transporte público no es mejor. La gente olvida que hay quien necesita pillar el coche, porque para una calle que te dejan para conducir y pasar, los peatones piensan que no tienes derecho, porque son fallas. Mucha fiesta, mucha música, pero no hay quien duerma como toca esa semana. A las ocho de la mañana, como pille la semana fallera, toca despertà con esos petarditos que hacen retumbar el tímpano durante cinco horas, da igual que sea domingo o lunes. Allá ellos si les apetece quedarse sordos o no quieren dormir, pero lo cierto es que a los demás mortales que tendremos que seguir una vida normal, con sus horarios de trabajo cotidianos, nos hacen una faena gorda.

Pero... ¿y dónde guardas el coche? Como te planten una falla delante del garaje, cagado la has, porque puedes prescindir del coche o de la cochera, si no de las dos. Si quieres conservar tu coche, tendrás que aparcarlo más allá de la quinta nebulosa de Orión, en donde, por norma general, siempre aparecen abiertos, con los retrovisores rotos, o con un golpe. Y como hay quien no puede vivir sin coche, los conducen hasta donde no se puede aparcar, llegando yo un año a tener que saltar por encima de un coche si quería salir de mi casa -menos mal que las puertas se abren hacia dentro-.

Reconozco que para mí las fallas se limitan a dos cosas que me encantan. Puedo vivir perfectamente sin lo demás. Me gustan ver las mascletás a mediodía -sobretodo en Valencia, son g-e-n-i-a-l-e-s- y la cremà. Salvo eso, nada más me interesa y, lo que es peor, me molesta. Pero es lo que hay. Este año no me voy de viaje, pero no por falta de ganas. Tampoco había mirado nada, pero tenía intención de un cambio de aires a otros lares no conocidos. Esta derrama del piso ha causado estragos en mi economía, la ha pulverizado más bien, pero espero -más les vale- que el piso no tenga ni una grieta, ni una gotera, ni un problema en doscientos años o más.

Pero miremos la parte positiva: no estaré en ninguna mesa electoral. Me alegro porque la gente está calentita con el tema y si para unas municipales acabé hasta el pirri de los políticos y de sus fans, no quiero ni imaginarme lo que serán las elecciones generales y sus hooligans. De verdad, qué ganas tiene la gente de complicarse la vida por algo que no solucionará ningún problema que nos afecta a todos los españoles pero que hace que ellos se sientan más poderosos.

Hace calor pero tengo las manos frías. Es domingo. Es marzo.

Dios... qué aburrida estoy...

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