9.5.19

Derecho de admisión.

Hay un trocito de mí que comparto con mucha gente. Tiene nombre y se llama empatía.

Tal vez durante una época lo consideré como un defecto, porque me involucraba en problemas ajenos que nada tenían que ver conmigo y ayudaba cuanto podía a la persona que los tenía. O escuchaba cuanto dijera, contara, y me daba pena o comprendía lo que me contara, porque pensaba que esa persona necesitaba desahogarse y yo dejaba hablar para que su pena saliera de alguna forma.

Tiempo después vi que mucha de esa genete acababa desapareciendo porque ya no tenía ni problemas ni necesitaba desahogarse conmigo. Fui una herramienta para ellos, eso lo tengo claro. Yo di comprensión, apoyo, ánimos, y me devolvieron silencios y vacíos. Recordemos que cada uno da lo que tiene.

Y como los meses, los años, pasan de forma constante, por muy rápido o muy lento que se nos pase a veces, veo a gente que aparece de nuevo en mi vida, no sé muy bien para qué. Tengo claro que no es para ofrecerme su amistad incondicional porque tiempo han tenido para hacerlo. Pero esta gente aparece de nuevo y yo ya sospecho que es porque quieren algo de mí, y yo hace tiempo que puse derecho de admisión y no me fío ni un pelo de qué quieren ahora o para qué me quieren, porque si digo la verdad, me importa de cero a nada.

Esas alegrías al verte cuando la última vez que nos encontramos fue bastante desagradable porque ya no me necesitaba, o esa falsa euforia para quedar cuando hace meses que no sé nada de estas personas. Que vale, que puede ser que se alegren de verme, ¿por qué no?, pero yo no siento nada por esta gente. Si acaso sentí algo más que empatía el tiempo y el viento hicieron que desapareciera, y no tengo el más mínimo interés de saber de o hablar con ellos. Porque no hay dos sin tres, por supuesto.

¿Dónde estaban en mi mala época? Pues a saber. Pensándolo fríamente es que me da igual. Yo no los necesitaba, a ninguno. Ellos a mí, sí. Todos. Ahí está la diferencia.

Y aquí estoy, rodeada de esa gente que sí estuvo en las buenas y en las malas. Los que me conocen mejor que nadie y ahí siguen. Y son libres de entrar en o salir de mi vida porque tienen patente de corso. Gente con la que con una mirada ya sabes lo que están pensando. Los que saben qué significa que apriete los labios o me aparezca la sonrisa ladeada. Porque ellos sí me importan, y les dejo elegir si estar a mi lado o no. A ellos sí. Sólo a ellos.

Siempre recuerdo la frase de "Si alguna vez quieres a alguien, déjalo marchar. Si regresa, es tuyo. Si no, nunca lo fue". Y la aplico a rajatabla.

Menos a estos que vuelven a por a saber qué. A esos no. Que los aguante su madre.

Ps: En todo este tiempo he visto que realmente no necesito a nadie para sentirme bien y los métodos que utilizan algunos para dar penita o que les hagan casito. Hay un patrón que se repite en todos ellos. Y a mí, que me gusta fijarme en el comportamiento humano, igual que he visto mis defectos, también he visto los de los demás, sacando conclusiones con mis estudios científicos caseros.

Con todo ello no soy más desagradable, todo lo contrario. Y esa despreocupación es la que molesta tanto.

Fuera gente interesada, fuera gente tóxica y fuera gente falsa. Sólo eso. Que los que no aparté ya se fueron solos y no volvieron. Afortunadamente.

No hay comentarios: