14.10.15

De visitas y otros seres.

Me gusta recibir visitas. Así de sencillo. Me gusta tener gente en casa, hablar, preparar, estar tirados en el sofá hasta las mil, las comidas y cenas eternas... Qué queréis que os diga, a cada uno le gusta una cosa. Pues esta es una de las que me gustan a mí. Yo ofrezco lo que tengo, que no es mucho, porque es lo que hay, y al que no le guste, que se vaya a un hotel. Pero a los que no les gusta no se van a un hotel.

Me fijo en qué desagradecida puede ser la gente. Empezando por el hecho de que yo suelo ser la anfitriona y hay quien no me da pie a ser la invitada. Hay quien ni saca el tema, porque pa qué, y hay quien alega que no tiene sitio, sillas o suficientes camas. Esa gente es la que va casi pasando el dedo por los muebles. Saca pegas: esto lo tienes roto, esto lo tienes mal, esto lo tienes sucio... Que no tengo la casa perfecta, pero no me dan la oportunidad de ver la perfección en sus hogares, la pulcritud y el orden absoluto. Ni que en mi casa se tuviera que entrar con machete.

Hay quien por llevar un simple vaso a la mesa ya piensa que ha hecho su parte de la tarea. A ver, que si uno cocina (yo), el otro tendrá que preparar. Pues hay quien no sabe cómo poner una simple mesa, y una de tres: o tiene un camarero en casa, o su mamma le pone la mesa, o tiene poderes para que, con un chasquido, se le aparezca un servicio de mesa completo. Pues mira, yo lo siento en el alma (pero por mí), pero no tengo ni magia, ni una madre aquí ni un camarero que me sirva, pero si vas a las casas ajenas, qué menos que colaborar un poquitillo.

¿Y las habitacines? Oh, eso es lo más genial. ¿Cuántos hacen la cama? Os puedo asegurar que hay quien ni coge las sábanas del suelo. ¿Cuántos dejan la habitación decente? Tal vez ponen pegas en casa porque no voy a hacérselas. Y no las haré mientras estén. Faltaría más. Manías.

Luego está el turno en el cuarto de baño. He llegado a esperar 45 minutos por la mañana a alguien que sólo iba a ducharse. 45 minutos por la mañana, ojito. Y era un santo varón, para que luego digáis. Y tras esos tres cuartos de hora de tardanza, cuando llega mi turno, luego se queja de lo que he tardado yo. Cosas veredes, amigo Sancho.

Es que esto no me gusta, es que yo no como de esto, es que a mí me gusta esto otro, es que la cama está dura, está blanda... Algunas visitas parecen sacadas del cuento "La princesa y el guisante" de lo delicaditas que son. Pues oiga, si no le gusta a su vuecencia el alojamiento y la comida en este vulgar y lúgubre piso, pues váyase al hotel y deje de dat la murga, que a mí no me aloja casi nadie. Pero los que me alojan, me tratan divinamente, de cederme su cama para dormir yo y darme llaves de su casa y esas cosas tan especiales. Eso sí, espero no ser una visita como las que a veces me han dado a mí.

¿Y los desayunos? Es una de mis marcas personales. Me gusta desayunar fuerte para no tener hambre hasta la hora de la merienda. Se ríen porque la gente está acostumbrada a un café o a un zumito, y yo parezco un bufet libre, porque tengo zumos, tostadas, galletas, nutella, magdalenas, queso de burgos y su respectivo café con leche condensada. De aquí salen rodando, os lo juro. Pero yo no obligo a que nadie coma, ojo, que eso lo hacen ellos solitos.

¿Y cuando soy yo la visita? Ya he dicho que hay gente que me ha tratado divinamente. De hecho, insiste en que vuelva, y se ríen porque dejo las camas  hechas cuando me voy. Pues he visto de todo. He visto que para una vez que me invitan ha parecido forzado, tras millones de excusas para no hacerlo. A escondidas, como si yo fuese un delincuente en búsqueda y captura, no fuera que alguien me viera. Mil excusas, mil quejas y una incomodidad brutal. ¿Para eso voy? También he visto que, en otra ocasión, me trataban con muy poca cortesía. Al igual que en mi casa, el que tiene hambre o sed sabe dónde está el frigorífico, yo me he encontrado como si fuese un ladrón, sin libertad para ir al baño, y tener que pedir permiso para hacerlo. Está el que ni se excusa, ni lo comenta, y viene de invitado porque él lo vale. Gente que se cree especial. Que se cree especial, ojo.

¿Y los móviles? Yo sé que dependemos demasiado de ellos, pero si estás con alguien (y esto es válido para cualquier relación interpersonal) queda como el culo que estés mirándolo cada dos por tres. Mira, siento mucho no ser la persona con la que te apetece hablar, pero estás de visita, y si has venido es porque quieres estar aquí, así que deja el puto móvil, o puedes llevártelo a la casa a la que no me invitas, o te vas a escribirle a quien te dé la gana a otro sitio, pero no me tengas delante observándote cómo te pasas el rato hablando con alguien por whatsapp. Que queda horrible y de muy mala educación. Eso sí, si luego yo recibo uno que a nadie se le ocurra decirme (que me lo han hecho) que deje el móvil, que no hago más que mirarlo. Amigo Sancho, te estás hartando de veredes cosas y vas a ver dónde le voy a meter el móvil.

Está claro que hay gente que sólo quiere ser visita y nunca anfitrión. ¿Por qué? No sé, pero no saben lo que se pierden. Yo espero poder seguir recibiendo visitas muchos años más, hasta en la residencia.

Ps: Vaya tostonaco jiji.


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