7.8.19

De cosas y personas.

Acumulamos trastos como si nuestra vida dependiera de ello. 

Compramos cosas que no necesitamos, sólo porque nos gustan, pero no tienen ninguna utilidad realmente en nuestra vida y, si se rompen o las olvidamos, no las echaremos de menos salvo porque eran agradables de ver.

Acumulamos cosas en los cajones, en los armarios, sólo porque parece que tenemos miedo al horror vacui, a encontrárnoslos vacíos. Preferimos el desorden, los montones, las mezclas de productos y objetos en nuestras posesiones sólo porque nos pareció bonitas, útiles, necesarias o a saber qué. 

Y cuando miramos las cosas nos acordamos por qué nos atrajo, por qué nos gustó tanto, pero no sabemos qué utilidad tiene. Y, si la tiene, es para un futuro no inmediato. Simplemente queremos encontrarle un uso que no tiene, la verdad. Y como no lo tiene, molesta, ocupa sitio, estorba...

Con las personas pasa lo mismo.

Hay personas que no necesitamos que se amontonan en nuestras vidas como trastos. Son personas que, si dejamos de permitirles que se acerquen tanto, podemos notar cómo corre la brisa a nuestro lado. Esas personas son las que evitan que conozcamos a nuevas amistades que, seguramente, serán mucho más sanas, o más efímeras, pero mejores, que ellas. 

Por eso hay que vaciar cajones, o amistades. Crear el orden en nuestras vidas. Hay cosas que no necesitamos, por mucho que nos gusten. Y amistades que no son las mejores, por mucho que nos gusten. Objetos y personas que no hacen más que estorbar o no permitirnos movernos bien por nuestro camino.

Tener los cajones vacíos o tener pocos amigos no te hace ser peor persona, sino que prefieres la calidad a la cantidad.

Vamos, que tengo que hacer con los cajones y los armarios lo mismo que he hecho con mis amistades.

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