17.4.07

Garrotillas, de Seguridad.

Este fin de semana he encontrado a un viejo conocido. Los dos estuvimos trabajando en el mismo hipermercado, sólo que yo de cajera, y él de vigilante de seguridad. Tras casi diez años sin vernos -él no vive en mi aldea-, nos reconocimos enseguida, y estuvimos charlando sobre cómo nos había ido estos años.

Emilio -se llama así el chaval- tiene un apellido muy explícito que, como es de suponer, no voy a decir aquí. Todos lo llamábamos por el apellido, y eso a él no le molestaba en lo más mínimo -la culpa era que habían tres Emilios, y era por diferenciar-. Supongamos que el apellido era Garrotillas...

Con nosotros trabajaba una jefa cajera que era inepta hasta decir basta. Si los demás entramos a trabajar tras pasar un expurgo de narices -se presentaron cientos de candidatos- a ella le tocó entrar por vía digital, o sea: a dedo, porque si no, no me explico semejante elemento en la tienda. El problema que tenía no era otro que, como ella tenía carrera universitaria, estaba por encima del bien y del mal. Los demás éramos tontos o algo, de la forma que nos trataba. A mí, que para tocarme las narices no hay que mirarme siquiera, hice muy pocas migas con ella. Como no le hacía la pelota -como hacían otrassssssssss-, iba a por mí, poniéndome los peores turnos, mandándome a las tareas menos agradables, y haciéndome hacer cosas que no me tocaba, ni me pagaban por ello. Yo veía que quería amargarme mi paso por allí, y pensé: vamos a ver qué sabes hacer...

Cuando se cierran las cajas de cualquier tienda o hipermercado, hay que retirar el dinero que haya de más. Me explico: suele quedarse un mínimo de dinero para garantizar el poder dar el cambio cuando se abra de nuevo la tienda. Normalmente , no se quedan muchos billetes, pero el número de monedas es lo que se va de varas, por lo que hay que contar cuántas monedas hay de cada, e ir introduciéndolo en la caja para cerrarla. El total debe coincidir con lo que haya cuando se abre la caja al día siguiente (que también se cuenta de nuevo). Ella era la que se encargaba de los conteos, por lo bienísimamente que sabía hacer su trabajo. A mí me tocaba recoger bolsas, vaciar papeleras y otras cosas que, repito, no me pagaban por ello.

...Pero siempre que me ponía un día hasta la hora de cerrar, al día siguiente me ponía ser yo la que abriera tienda, por lo que pedía mi llave para abrir caja, y contaba lo que ella había contado la noche anterior... y no me coincidía. Lo volví a contar y seguía sin coincidirme. A mí me entró la risa, y ya que ella no hacía que ponerme en evidencia por lo mal que trabajaba yo, la llamé para decirle el fallo que había tenido. Me dijo que contara las otras cajas, y lo hice. Excepto una -la vacía- el resto estaba mal contado. Se lo dije, orgullosa. Ella se puso nerviosa y dijo que no podía ser, así que fue a contarlo ella en persona.

Si yo hubiera quitado dinero de las cajas, aparecería una diferencia en negativo... pero es que todas las cajas tenían una diferencia en positivo, que ella había contado de menos.

Garrotillas se lo pasaba bomba viendo cómo ella se ponía solita en evidencia. Yo disfruté como una enana haciendo correr el incidente por la tienda. Ella se ponía verde, y seguía obsesionadita en mí. Trataba fatal a los clientes, le escribieron bastantes reclamaciones, pero como ella era la jefa de cajas, se encargaba de retirar cuantas quejas hubieran de ella, para que no las viera el director. Vamos, una buena ficha.


Un día, Garrotilla estaba en el comedor tomándose un café, mientras la jefa y yo estábamos en cajas, solitas, y con la tienda vacía -acabábamos de abrir-. Un hombre mayor entró en la tienda, se acercó a nosotras, y preguntó:
-Por favor... ¿Garrotillas, de Seguridad?
Yo no sé qué entendió ella, pero le contestó enseguida, con esos aires de superioridad:
-A mano izquierda, el tercer pasillo a la derecha, encima de las máquinas de taladrar.
El hombre se quedó a cuadros, y a mí me entró un ataque de risa, porque además de no saber que el hombre preguntaba por Garrotillas, nuestro vigilante de seguridad, desconocía por completo qué era lo que había a mano izquierda, en el tercer pasillo a la derecha, encima de las máquinas de taladrar: nada, porque allí no habían pasillos -sólo muebles de muestra- y las máquinas de taladrar las tenía enfrente.

Garrotilla se reía recordando la anécdota.
-¿Qué es de ella?- me preguntó.
- Si supiera que aún nos acordamos de eso, estaría escondida de la vergüenza.

Para mí, que lo está, porque nunca mais la volví a ver (y ella si que es de mi aldea) (je je je)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Eufrasia, qué simpatica eres...
Un beso!