18.7.06

El hombre que susurraba a los pitorros

Ese hombre con nombre de arcángel fue testigo de todo.

Estaba yo en casa, viendo la tele tranquilamente cuando oigo un estruendo en la calle y algo que arrastraba. Pensé: una moto y un coche, y me asomé a la ventana. Debajo de casa, un coche, había embestido contra un pilón de ésos de hierro que ahora ponene en las aceras para que los coches no aparquen y las gentes se dejen el menisco al menor descuido. El Arcángel empezó a blasfemar y a llamar la atención al conductor novel (con una L como un elefante), que, con el morro del coche medio desguazado por la colisión, y los nervios (porque vaya traqueteo tenía el coche, sin saber si seguir o parar), seguía su camino a cámara lenta. El Arcángel miraba indignado los trozos de pitorro, la base aún anclada al suelo, pero el resto descuartizado, efecto de la colisión. No había recuperación posible, la vida del pitorro se perdía en un segundo al tiempo que el conductor novel, usando su temple, pisó el acelerador, y se fue, como si eso no fuese con él, dándose a la fuga tranquilamente.

Al tiempo que todos los vecinos de la calle seguíamos mirando por la ventana, el Arcángel seguía furioso por la rotura de ese pitorro metálico, más hueco que mi cabeza. ¡La de dinero que pagamos los contribuyentes para que los pongan! (yo no lo pedí, si sirve de algo) ¡La gentuza que son alguna gente! Y algunos llegaron a asentir y todo.

Lo que no sabe el Arcángel es que yo fui testigo de otras cosas en su vida. Como cuando le tocó la lotería y se dejó el trabajo. El dinero, entre drogas y putas, le duró poco. Su mujer, harta, lo dejó. Él le rajaba las ruedas del coche para fastidiarla, e iba a amenazarla. Como no tenía dónde caerse muerto, hizo lo que se hace en estos casos: volver a casa de los padres (como una que yo me sé). Se hizo novio con una vecina, mientras le dio por no trabajar, y le sableó todo lo que tenía en la cuenta corriente. Siguió sin trabajar, y le dio por ser camello, pero tuvo que cerrar el negocio porque se fumaba la mercancía. Y, cuando su madre se quedó viuda, aún recuerdo la noche en la que la pobre mujer bajó a la calle, sin saber qué hacer, retorciéndose las manos, llorando. Todos la vimos caminando hacia una parte de la calle para volver enseguida, sin decidirse a hacer nada. Al mismo tiempo, se oían los gritos de su hijo, el Arcángel, que rompía todo lo que la mujer tenía en casa. Y la mujer se lamentaba por detrás, casi a escondidas, de que apenas tenía dinero para comer porque su hijo se lo quitaba todo.

Pero claro, hay cosas tan injustas en la vida, que todo queda perdonado ante un hecho de semejante tamaño, como es la rotura de un pitote de ésos, que además de no saber cómo se llaman, me pregunto cómo es el que los manda poner no tiene ni uno en su acera (comprobado). Y el Arcángel, solidario, no soporta que la gente tenga tan poco respeto por los pobres pitorros metálicos de las aceras.

Otra cosa, por lo visto, son las personas que le tienen que aguantar.

No hay comentarios: