8.2.17

Un metro para las palabras

Hay un chiste muy viejo que trata de un autostopista al que le para un camionero. El autostopista, en un intento de ser amable, piensa en qué conversación puede tener con el camionero. Si habla de política, puede decirle que es de un partido, y si el otro es de otro, se enfada y le haría bajarse del camión. Si habla sobre fútbol, le dice que es de un equipo, el otro dice que es del rival, se enfada y le haría bajarse. Así que el hombre, en un suspiro, sólo decide decir un "Pues sí...", a lo que el camionero dice: "Pues no, así que ya te estás bajando".

Es un perfecto ejemplo de la gente que mide las palabras para no ofender, y del que quiere ofenderse digan lo que digan.

Yo me cansé de medir las palabras por ese miedo ridículo a que se enfadaran conmigo. No es que ahora vaya llamando cabrones a todo el mundo, pero vamos a dejarlo en que si digo una cosa, dicha queda. Y a quien le ofenda, es su problema, mío no. Una frase agradable dicha porque sí puede ser, por lo visto, megaofensiva, así que por qué voy a dejar de decir algo bonito sólo porque haya quien se ofenda, se trate o no del receptor. Por qué tengo que dejar de alabar a la gente que hace cosas buenas sólo porque haya quien pueda enfadarse si no las comparte.

Imaginad que alguien ha tenido un detalle con otra persona, seáis o no vosotros. Os lo cuentan y os dais cuenta de lo bonito que ha sido, útil, grande o divertido, y también está presente alguien que no sabe lo que es ser receptor de tal detalle. Como tampoco sabe lo que es un halago, en el momento que alguien comenta lo bonito del detalle empieza a sacar defectos. Si insistes, empieza a ponerse borde contigo. Y como ves que si sigues va a acabar enfadado contigo, ahora decido seguir halagando porque me importa más bien poco que se enfaden conmigo por semejante cosa personas así.

Luego está quien quiere someterte, digas lo que digas. Os cuento un secreto: con algunas personas que siempre acaban molestas con lo que diga ante ellos, he hecho más de una lista apuntando a priori lo que iba a decir y en lo que se iban a ofender. Y he acertado de lleno. Y les he enseñado la lista y adivinad qué han hecho... ¡ofenderse!

Así que la moraleja, además de estar en Madrid, es que si tienes miedo de decir las cosas es que eres un cobarde. Las cosas se dicen, sobre todo cuando son agradables. También cuando quieres decirlas. Quien se quiera ofender se va a ofender igual, porque aunque digas algo malo tmbién pueden creerse que lo dices por ellos.

Así que yo ya no mido las palabras, porque para qué.

Para qué.

No hay comentarios: