22.2.17

Cuernos.

Supongo que en psicología eso tendrá algún nombre, pero yo tengo una característica un poco obsesiva y absurda, que es la de zanjar las cosas, el tener que darle un punto al final, el encontrar la explicación, la solución, el por qué. Encontrar respuestas, a veces una simple palabra puede terminar con mi obsesión. Pueden pasar años perfectamente y encontrar aquello que tanto me torturaba o eso que me dejó una duda. A veces puedo molestar a alguien con mi dedicación a esas cosas tan poco útiles para un  currículum vitae, pero oye, que ni mata, ni cura, y cada uno pierde su tiempo con lo que le da la gana.

Soy de naturaleza curiosa, por eso quiero saber y de saber, y aunque a veces más vale creer que averiguar, otras prefiero lo contrario, así que a veces yo misma me sorprendo de mi jeta por encarar algunas cosas.

Hace poco hablé de que había dicho que quería a cierta gente y no hubo ninguno que se comportara en esos momentos como las personas, porque les dio igual mis sentimientos pero no su comodidad. Ahí quise saber realmente lo que había, y descubrí que no había nada. Lo supe. Y lo que sucediera después de cada uno de esos momentos, lo que pasara, he decidido que es culpa mía.

Bueno, de todos ellos, hubo uno, el único, al que decidí darle de su propia medicina, así que como no había nada serio entre nosotros, o eso decía él, pues nada, yo decidí conocer a otra gente que no quería controlarme como el susodicho en cuestión, porque además, tampoco había nada serio con ellos. Él se había estado viendo con otra gente mientras me decía que sólo estaba conmigo hasta qu empezó a decir que es que entre los dos no había nada serio. Vale, pero para ninguno de los dos. Él estaba a favor de las relaciones libres, pero parecía ser siempre y cuando fuese él el que hiciera lo que le diera en gana. Aunque no lo supo, sospechó que yo podía estar conociendo gente, y os aseguro que no lo llevaba nada bien. Pero cuando no había nada por mi parte, tampoco lo llevaba bien, así que realmente él era un problema con pene y yo una gilipollas, pero creo que eso ya lo he dejado claro varias veces a lo largo de la historia de este blog. Sólo lo repito por si se os olvida.

Después de meses pude llevar una vida normal sin que él pudiera (ni le dejara) meter las narices en lo que yo hacía, ya que nos movíamos por algunos círculos comunes. Hasta que me cansé y le mandé al peo de muy malas maneras, porque ya no me apetecía estar aguantándole nada. Por dios, en qué estaba pensando para aguantar a semejante tío costra... Esa semana santa la pasé sin su deprimente compañía, gracias a los dioses, porque decidió unilateralmente, y lo dejó bien claro por si yo se lo imploraba, que no iba a venirse conmigo. OH, QUÉ DISGUSTO, PARFAVAR. Y aunque volvió a darme señales de vida, había resultado ser una persona tan tóxica, que no merecía ni la pena. Porque no es que fuesen malentendidos, ni que estuviéramos siempre con alguna bronca, no: es que es una persona tóxica. Es malo. Y me cansé, porque hasta las tontas como yo se cansan. 

Pues ha sido la única persona a la que he engañado en la vida. SI ESO ES DELITO, DETÉNGAME AHORA MISMO, SEÑORÍA.

Luego aparecieron otros, pero eso es otra historia, cada uno tiene la suya. Y qué diferente cada una, válgame... Qué diferentes pueden llegar a ser las personas, qué distinta es su forma de de tratarte, qué delicadeza algunos para tocar ciertos temas... Lo mismo algún día cuento algo más de ello. Hoy no, que me estoy desviando otra vez del tema.

Todo esto viene porque me enteré que la relación más seria que he tenido estos años me había estado engañando con alguien que yo desconocía. Y eso me mosqueó mucho enterarme por varias partes, pero como eso quedó atrás. pues podéis imaginar dónde pensé que podía irse mi ex, al que llamaré Gañán, porque no esperaba otra cosa de él. Ya ni me sorprendía. Y es cierto eso de que el cornudo es el último en enterarse.

Un día, por casualidad, conocí a una chica que parecía conocerme muy bien. Muy parlanchina, nivel agotador, empezó a relatarme la historia de mi vida ante mi asombro, porque yo no la conocía de nada. Le pregunté que de qué me conocía, hasta que me comentó que yo era la ex de Gañán, que habían trabajado juntos. Ahí caí en la cuenta de que tal vez... No es que me importara mucho esa chica, y había llovido tanto desde mi ruptura que me propuse tirarle de la lengua. Era tan parlanchina como bocazas y jeta por ser tan poco discreta conmigo, así que empezó a contar cosas más personales mías que cualquiera no puede saber si no es del círculo más cercano. Es más, eran cosas muy personales y dolorosas para mí. Le pregunté que cómo era que sabía esas cosas, y me dijo que se las había contado Gañán. Ahá. Seguí echando cebo para que ella hablara, hablara y decirme lo que quería escuchar, pero ella se iba por los cerros de Úbeda. Todo eso el primer día, porque hubo más.

El segundo día dejé de lado el cebo y usé la red. Oye... ¿por qué no me cuentas algo que yo no sepa?, fue mi propuesta. La muchacha se hizo la sorprendida. ¿Como qué? No sé, algo que yo no conozca, porque todo lo que me estás contando yo ya lo sé. Pero no sé qué contarte. Pues por ejemplo, cómo es que sabes tanto de mí. Ay, es que Gañán me lo contaba tomando café. Ah, pues sí que os duraban los cafés... La chica empezó a cortarse un poco porque se olía mis intenciones, así que decidí volver al cebo. Hasta que un día hasta quité la caña y dejé de coincidir con ella.

En estos meses me he vuelto a cruzar con ella varias veces. Mejor dicho, ella me ha visto por la calle y me ha llamado casi a gritos para saludarme o hacerse la encontradiza. Yo siempre era seca pero correcta, y siempre tenía prisa, porque no me apetecía hablar con ella. Ay, nena, con lo que tú eres, pensaba yo, aunque en esos momentos tenía cosas más importantes en las que enfocar mi atención... Por una parte quería saber, por otra parte ya me daba igual lo que pasara en el pasado con alguien que me da asco. Pero no sé, me lo tomé como un juego en el que no tenía nada que perder. Más vale saber que averiguar. Y quise saber.

Esta semana he vuelto a encontrarme con esta persona, que ha vuelto a cruzarse media calle para saludarme. Y entonces dije: ahora. 

Mira, contigo quería yo hablar, que tengo una pregunta que hacerte. Ay, dime... ¿Tú estuviste liada con Gañán?

Tendríais que haberle visto la cara, porque se puso de todos los colores. A mí me faltaban las palomitas para disfrutar del espectáculo. Yo sólo quería saber qué decía, porque la respuesta ya la sabía.

Ay, no, no, no, si yo tenía pareja cuando... No, si él también tenía pareja, y era yo.  No, si yo sólo tomaba café con él y... No, si os tenía que durar los cafés medio día cada día, por lo visto. Ay, pero es que yo no... no... yo no... Bueno, ya me has contestado, porque mira que pensaba que en cuanto te viera, te lo tenía que preguntar y así salía de dudas.

Ay, si me dio hasta pena. Qué cadena de excusas absurdas empezó a decirme. Porque pasa una cosa: si alguien me hace a mí esa pregunta, la mando a tomar por el puto culo, que es lo normal, ¿no?

Lo curioso es que ella no tendrá nada que esconder, pero ahora la veo yo por la calle y se esconde de mí bajando la cabeza. Y eso tiene que ser la confirmación de mis sospechas.

Duda resuelta.

Lo dicho: en psicología esto se tiene que llamar de alguna forma :D

20.2.17

El universo sobre mí.

Me gusta ver nubes. No soy de las personas que imaginan figuras y buscan parecidos, sino que me gusta ver de qué clase son. Cirros, cumulonimbus... Las nubes se muestran ante mis ojos y yo intento recordar cómo se llamaban las de una clase o de otra. Simplemente me gusta verlas, me gusta descubrir dónde las nubes están descargando agua, saber cuáles son de aire y cuáles son de lluvia.

Me encanta ver los colores de las nubes al anochecer, porque toman unos colores que me fascinan y siempre me hacen recordar una escena de la novela de Heidi, que leí en mi infancia, en la que el abuelo le cuenta por qué las montañas cambian de color al ponerse el sol. Es una de esas cosas que, sin saber por qué, te dejan huella.

Me gusta ver amanecer, sobre todo en la playa, en donde puedo ver cómo aparece en el horizonte ese hilo de luz que recorre toda esa distancia sobre las olas hasta donde me encuentro. Son apenas dos segundos, pero me encanta contemplar ese momento.

También he descubierto los halos solares. El sol hace resplandecer las nubes a su alrededor, a veces formando algo parecido a una aureola sobre las nubes, como manchas de arco iris.

Eso si es de día.

Si es de noche, me gusta ver las estrellas. Ver la luna llena es bastante fácil, pero ver estrellas es otra cosa. Me gusta viajar de noche y echar la cabeza hacia atrás cuando voy detrás del conductor para poder ver, sobre todo si es por la meseta, los centenares de estrellas que se ocultan tras la contaminación lumínica. Contemplo constelaciones conocidas, como la Osa Mayor, y me prometo siempre indagar más sobre el resto, pero acabo dejando que mis ojos reposen sobre el cielo nocturno.

¿Y qué decís de las lluvias de estrellas? Es mi debilidad. Disfruto cuando veo una estrella fugaz, pero cuando hay lluvia de estrellas intento no perderme una. En la terraza, tumbada en el suelo, independientemente de la compañía, miro hacia arriba para ver cómo surcan el cielo sin ritmo y sin avisar.

Hubo un tiempo en el que me olvidé de todas estas cosas, que siempre están, y estarán, ahí. Pero las recuperé porque me hacen sentir bien. Soy pequeña comparada con semejantes cosas, pero me hacen sentir bien conmigo misma.

Ojalá pudiera contagiar esa sensación de sentir el universo sobre mí. Es bonita. Pero sólo sé explicarla con palabras.

Ps: Y porque no me ha pasado nada del otro mundo, pero si me llega a pasar algo bueno estaría más moñas aún :D

8.2.17

Un metro para las palabras

Hay un chiste muy viejo que trata de un autostopista al que le para un camionero. El autostopista, en un intento de ser amable, piensa en qué conversación puede tener con el camionero. Si habla de política, puede decirle que es de un partido, y si el otro es de otro, se enfada y le haría bajarse del camión. Si habla sobre fútbol, le dice que es de un equipo, el otro dice que es del rival, se enfada y le haría bajarse. Así que el hombre, en un suspiro, sólo decide decir un "Pues sí...", a lo que el camionero dice: "Pues no, así que ya te estás bajando".

Es un perfecto ejemplo de la gente que mide las palabras para no ofender, y del que quiere ofenderse digan lo que digan.

Yo me cansé de medir las palabras por ese miedo ridículo a que se enfadaran conmigo. No es que ahora vaya llamando cabrones a todo el mundo, pero vamos a dejarlo en que si digo una cosa, dicha queda. Y a quien le ofenda, es su problema, mío no. Una frase agradable dicha porque sí puede ser, por lo visto, megaofensiva, así que por qué voy a dejar de decir algo bonito sólo porque haya quien se ofenda, se trate o no del receptor. Por qué tengo que dejar de alabar a la gente que hace cosas buenas sólo porque haya quien pueda enfadarse si no las comparte.

Imaginad que alguien ha tenido un detalle con otra persona, seáis o no vosotros. Os lo cuentan y os dais cuenta de lo bonito que ha sido, útil, grande o divertido, y también está presente alguien que no sabe lo que es ser receptor de tal detalle. Como tampoco sabe lo que es un halago, en el momento que alguien comenta lo bonito del detalle empieza a sacar defectos. Si insistes, empieza a ponerse borde contigo. Y como ves que si sigues va a acabar enfadado contigo, ahora decido seguir halagando porque me importa más bien poco que se enfaden conmigo por semejante cosa personas así.

Luego está quien quiere someterte, digas lo que digas. Os cuento un secreto: con algunas personas que siempre acaban molestas con lo que diga ante ellos, he hecho más de una lista apuntando a priori lo que iba a decir y en lo que se iban a ofender. Y he acertado de lleno. Y les he enseñado la lista y adivinad qué han hecho... ¡ofenderse!

Así que la moraleja, además de estar en Madrid, es que si tienes miedo de decir las cosas es que eres un cobarde. Las cosas se dicen, sobre todo cuando son agradables. También cuando quieres decirlas. Quien se quiera ofender se va a ofender igual, porque aunque digas algo malo tmbién pueden creerse que lo dices por ellos.

Así que yo ya no mido las palabras, porque para qué.

Para qué.