24.8.16

Historias de una vulgar y triste ignorante.

No me gusta hablar de lo que no sé, porque para qué. Y si sé de lo que hablo y me llevan la contraria prefiero callarme porque entrar en un debate con alguien que simplemente quiere quedar por encima de mí aunque no tenga razón me parece una pérdida de tiempo increíble. No me molesta que me corrijan si hay algo que corregir, por supuesto. Pero que me corrijan sin haber motivo es algo que me molesta un poquito. Pero yo sólo pido tiempo, y el tiempo me da tiempo. Y la razón.

Vamos a hablar de Charo, ese ejemplo de sabiduría hecha mujer. Ese extracto de sapiencia infinita que no sé cómo los de Mensa no la han admitido ya como presidencia vitalicia en su asociación. Esa mujer que no sé cómo no tiene ya todas las carreras del mundo, ha ganado ya veinte veces el bote de Pasapalabra y sigo sin explicarme cómo no ha aprobado una oposición y ha conseguido plaza para los restos. Supongo que es porque no quiere avergonzar a los demás con su memoria prodigiosa, con su memoria fotográfica, en la que todo se queda tatuado a fuego hasta los restos.

Estábamos en el trabajo hablado de libros. Comentábamos los libros que habíamos leído, y ella empezó a hablar de lo mucho que le había gustado Rayuela, escrita por Jovellanos. Comenté que creía que Rayuela había sido escrita por otra persona. Y en qué momento. Charo empezó a decirme delante de todo el mundo que cómo era posible que YO no supiera esas cosas, que le estaba defraudando. Sonreí. Sí, a ti, precisamente, le dije. Y ella siguió con sus frases despectivas para decir que no entendía cómo podía decepcionarla de esa manera, que me creía más inteligente.

Hasta que saqué el móvil. Busqué Jovellanos. Ni rastro de Rayuela. Busqué Rayuela. Anda, si la escribió Cortázar. Charo estaba verde.

Sigamos.

Una compañera se había ido de vacaciones a Guardamar del Segura. A mí me sonaba que era por Alicante o Murcia, y Charo empezó a decir que no, que era una localidad de Tarragona. Y a mí, que a veces me gusta hacer rabiar más que a un tonto un lápiz, le dije que no sabía exactamente de dónde, pero que no era una localidad catalana. Y Charo diciéndome que  ella estaba segura que era una localidad tarraconense, que lo sabía porque bla bla bla.

Saco móvil. Alicante. Charo había pasado de su verde habitual a un morado que no le sentaba muy bien. pero le hacía juego con su camisa blanca.

Continuemos.

Trabajando con el ordenador. El programa que se usa es un poco rebuscadito, pero con un poco de práctica te haces con él enseguida. Porque todo es ponerse. Y ella no se pone. Se ve que no necesita ninguna herramienta para absorber ninguna información, pero no se pone. Y para hacer algo tarda como tres eones en terminar. Eso sí, cuando eres tú quien está haciendo algo y ella pasa por tu lado se puede tirar media hora soplándote en la oreja corrigiéndote delante de los demás. Bueno, a mí no. A los demás. Los demás se muerden la lengua y rezan para que se vaya cuanto antes. Pues yo no. En el momento que su infinita sabiduría empezaba a corregirme (siempre actúa cuando hay gente delante), me giré a ella y le solté un: Pues esta mañana no sabías hacerlo, qué pronto has aprendido cuando es otro el que lo hace. Creo que a alguien se le escapó una carcajada.

Os juro que a veces pienso que no sé por qué tengo amigos. Bueno, sí. Porque no los trato así.

La guinda fue el día que Charo y otra compañera más piadosa que yo habían quedado para tomarse algo por el centro de Valencia. Casualmente (porque os juro que existen las casualidades) pasé por allí y me vieron. Yo iba a comer con unos amigos, no teníamos sitio aún, yo llegaba tarde, y ellas estaban a punto de irse porque eran las dos. Como les pareció interesante el quedarse a comer por el centro, les pregunté si se venían. Y dijeron que sí. Llamé a mis amigos y les dije que si podían buscar algo ya, y que contaran con dos personas más. Y entonces Charo empezó con su savoir faire.
-¿Y dónde vamos?
-Ahí detrás.
-¿Y cómo es el sitio?
-Ni idea.
-¿Y qué clase de restaurante es?
-Yo qué sé.
-¿Pero es italiano, griego...?
-Pero si me has oído, que no habían buscado nada aún...
-Pero habrá reserva, ¿no?
-¿Me has oído decir que busquen algo? No. Hay. Reserva.
-¿¡CÓMO QUE NO?!

Y perdí la paciencia con ella.

-Mira, niña, ahí tienes un McDonalds. No hace falta que vengas, que seguro que donde vayamos no te gusta y se la lías al camarero, como siempre haces.

Touchée.

-No, no, sí quiero ir...-dijo en un gemido.

Hasta me pidió disculpas. Todo un logro. Pero creo que era porque quería venirse a comer.

Cuando terminó la comida mis amigos me preguntaron que de dónde había sacado a ésa. Y esa pregunta me la hago yo cada día que la veo.

Así que Charo desde entonces me pilla vuelta, intenta no denigrarme públicamente, ya no me corrige y hasta quiere volver a quedar para irnos a comer o a cenar por Valencia.

Y mi religión me dice que una porra.

Jamás podré yo, vulgar y triste ignorante, llegar a ser un ser superior como Charo, que es un ser tres escalones superior al resto en la escala evolutiva. Jamás podré llegar a estar a su altura en inteligencia, educación, compañerismo, sabiduría, humildad, modestia y diplomacia. En empatía, en intelectualidad, en su trabajo en equipo, en su saber estar, en su elegancia, en el cómo trata a los demás. Jamás.

Pero bueno. Ni falta que me hace.

Y ella lo sabe.

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