6.10.08

Regalos de familia.

Siempre que veo un orinal me acuerdo el que tenía mi abuelo materno. Mi abuela no lo tiró porque se lo regaló no sé quién, y los regalos que te regala la gente a la que aprecias nunca deberían ser menospreciados, por muy feos que fueran. O eso dicen -juju, no han visto mi armario...-. Bueno, pues mi abuela lo tenía guardaíco debajo de la cama para ponerlo en contexto, pero procuró que nunca fuera usado.

Pero lo fue. Mi hermana y yo teníamos la costumbre de chorizárselo para múltiples cosas. Un día lo llenábamos de tierra y poníamos tres hierbajos pensando que florecerían. Otro día lo llenábamos de agua y buscábamos hormigas para que se bañaran un rato. Lo de orinar en los hormigueros era otra cosa, no os penséis, que de niña, y que yo recuerde, hacía muchas cosas con los bichejos. Y, por supuesto, nos llevábamos el orinal al último rincón de la casa y lo utilizábamos para lo que fue creado. Mi abuela llegó a esconderlo, porque siempre le tocaba limpiarlo, mientras mi hermana y yo siempre nos asombrábamos de cómo era posible que la güeli siempre nos pillara in fraganti. Más tarde, descubrí que el olfato fino que tengo de adulta viene de familia.

Un día mi hermana tuvo la mala suerte de dejarlo deslizar sutilmente hasta el suelo. La porcelana se rompió en varios trozos, y mi abuela, con un disgusto enorme, intentó dejarlo lo mejor posible. Ajado y reconstruído, el orinal se quedó al final dentro de una bolsa, guardado dentro de un armario, para nunca más ser usado ni visto, so pena de muerte -que se lo regaló a tu abuelo la nosécómo-. Mi madre siempre decía que le daban asco los orinales. Pero este era especial. Era el nuestro. Tenía flores de colores -como si desprendieran su aroma cual ambipur baño cuando fuera usado- y dos asas, una de las cuales se partió en más trozos que el orinal entero. Pero bueno: al final, alguien hizo limpieza cuando fueron a vender la casa, y la herencia materna no contó con el famoso orinal.

Y digo yo: ¿a qué santo me acuerdo ahora yo de esto?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Querida Eufrasia,
de bien es sabido que la mente nos juega pasadas caprichosas y te recuerda aquello que posiblemente creas que fue trivial.
Por cierto, yo también creo que el regalo de alguien nunca, nunca, se ha de menospreciar. Cuando alguien te regala algo tengo la sensación que una parte de la persona va en el objeto. Ya ves. Cosas de la vida.

Satrústegui dijo...

Mmm... tanta profundidad con orinal incluido... soberbio alarde de capacidad de perder la pinza.

Encantador post Eufra.