29.5.08

Tú que eres tan guapa y tan lista.

No sé qué tienen los trabajos que hacen que, depende a lo que te dediques, la gente te mirará de una forma u otra. Mientras he trabajado para administraciones autonómicas y locales, me han mirado con una ceja levantada, algo así como que no me veían capaz de estar en semejantes sitios. Si me he ido a una fábrica, ha sido peor, como que estoy demostrando para lo que valgo.

El trabajo de ahora es un tócame las narices. Pero es que las toco yo. No quiero, no me gusta, pero es mi trabajo y hasta que termine... a eso me dedico.

Noto que la gente se me cuadra. Vale, eso es que no me conocen. También es que no estoy acostumbrada a semejante actitud hacia mí. Lo bueno de no trabajar en tu aldea es que, si conoces a alguien, es de puritita chiripa. Si estás en el pueblo, hay quien acaba creyendo que, por haber estudiado con su hija en parvulitos, tiene más privilegios que nadie, o que no va a hacer colas. Es mejor estar fuera trabajando, que no te conozca nadie, porque así no tienes enemigos ni haces amigos. Con lo que molesta que, comprando en el supermercado, o tomándote una cañita, se acerque alguien y te pregunte: ¿cómo anda lo mío? Joer, colega, que es domingo... Pues eso.

Pero he caído bien a la gente. Cachis, algo me pasa. Si estoy seria, parece que estoy enfadada. Y la verdad es que una es asín. Pero medio sonrío -sólo se levanta la comisura derecha...- y todo el mundo cree que soy superestupenda. ¡Lo soy! No sólo lo parezco, es que lo soy. Y ya empieza el despiporre. Con esa media sonrisa, he pegado hachazos dolorosísimos y tremendos, y la gente se ha encogido de hombros. ¡Qué maja eres! Señora, le recuerdo que soy quien le acaba de meter un varapalo impresionante. Ya, pero ¡qué simpática eres!. Cuente hasta diez y piense lo que me acaba de decir. Nada, nada, toma estos euros y te tomas algo (¿?).

Y yo flipo.

Flipo porque me han regalado comida, pasteles, bizcochos, bombones, chicles, caramelos... Y han querido darme dinero (¡!) más de uno -y más de dos, y más de tres...- tras haberles dado un disgusto, simplemente por el trato. Vale que el sueldo podría ser mejor -sobretodo las horas extras-, pero no lo cojo porque siempre hay alguien que me está mirando. Y todo lo que sea comestible y esté perfectamente embalado, adelante, que no me duele y líbrese el envidioso que se queje de ello. Pero el dinero... no puedo. Hombre, yo preferiría que me regalaran dinero -mucho, a ser posible-, pero no se da el caso. Porque entonces, lo aceptaría sin dudarlo ni un momento.

Así que así andan las cosas. Con media sonrisa he conseguido yo sola lo que no han conseguido mis compañeros... a los que también les he caído bien. Y yo flipo aún más. Me tienen en palmitas -a ver si va a ser verdad eso de que soy maja...- y, de momento -he dicho de momento- estoy a gusto, estoy bien, y no me duele pillar el tren a diario, como en los viejos tiempos.

Dicen que todos necesitamos una oportunidad. Y yo, aunque sea por algo temporal, me he dado cuenta de que para esto también valgo.

Y si valgo para tantas cosas... ¿por qué nunca me llaman de lo mío?

3 comentarios:

Quatermain dijo...

Jolín, por lo que cuentas, si me tuvieran que echar del trabajo, me gustaría que lo hicieras tú :)

Por cierto ¿qué es lo tuyo?

Anónimo dijo...

Querida Eufrasia,
como sigas así voy a pensar que eres simpática y todo... ;-P

Eufrasia dijo...

Señor Don Quatermain: estudié biblioteconomía, que es una carrera en la que se tarda más en encontrar trabajo que en terminarla -pero lo mío era vocacional-

Lynzeeeeeeeee: soylo. Hombre de poca fe...