14.4.08

No es lo mismo querer que tener.

Esta mañana, cuando me he levantado, he desayunado y me he fumado mi cigarrito antes de largarme a mis menesteres del día. He acudido rauda y veloz al lugar en donde se me esperaba (es un decir :P), mientras por el camino me he dado cuenta de que se me había olvidado el tabaco. ¡Mierda! ¿Porqué no me habré dejado el dinero, las llaves de casa, las gafas, la ropa...? No, no: EL TABACO. No puedo haberme dejado otra cosa. Grrrr... Pero como se me hacía tarde, pues he pensado, bueno, pues ahora compro. Mecheros en el bolso tenía cinco (cinco, ojo), pero cigarritos, ni uno, y ha dado la real casualidad de que he estado y pasado en y por lugares en donde no se puede fumar y, por lo tanto, tampoco habían máquinas ni estancos en donde comprar. Mientras caminaba, no me acordaba de fumar, pero cuando he llegado a mi destino, tampoco hubiera podido acordarme -es lo que tiene los sitios oficiales y públicos, que no dejan darle al fumeteo-, por lo que he optado por esperar a salir para entregarme en cuerpo y alma al vicio.

Ni qué decir tiene que ni me he acordado de que soy fumadora hasta que he salido. Y, cuando he salido, he recuperado la memoria al instante y he ido a comprar tabaco a la quinta porra, único sitio autorizado. Me he fumado uno. ¡Uno! Eran las once de la mañana y se ve que mi cuerpo no necesitaba más, porque hasta las cuatro de la tarde no he vuelto a fumar.

O este cuerpo mío está tonto, o la tonta soy yo. Pero cómo cambian las cosas cuando quieres y no puedes, o cuando tienes y te da igual.

Por ciertooooooo: oficialmente, ya soy un número más en las estadísticas de desempleo. Espero que por poco tiempo... A saber dónde acabo ahora... o cuándo...

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