13.3.08

Por si las moscas.

Voy en el tren. Nada fuera del otro mundo. Voy de pie, cosas de que ahora todo el mundo se va a la capi a ver el ambiente fallero. Estoy con mi mp3 que ahora le da por desconectarse cuando rozo, ¿qué digo rozo?... cuando MIRO siquiera el botón de encendido. Estaba yo intentando salvaguardar su zona personal, para evitar quedarme en silencio, cuando sube al tren un chico... vamos, de los que se te ponen los pelos como clavos de quince centímetros y no por admiración. Era el mismísimo hijo de Maki Navaja, y lo estoy describiendo a lo fino. Se planta a mi lado con una chica que no tenía la pobre mejor pinta, pero desde luego se notaba la diferencia de clases a la milla. Estaban hablando de lo popular que resultaba él para las féminas -a saber qué clase de chorvas se fijan en tal elemento- cuando él hace un extraño y se queda fijo mirando a un hombre. Se mete la mano en el bolsillo del chándal y le dice a la chica que esperara.

Camina hacia el hombre y mira hacia atrás, hasta quedarse a pocos centímetros de la espalda del hombre. Me mira y ve que le estoy mirando. Cielos, pienso, ahora va a venir a por mí. Pero no aparto la mirada -una, que es asín de chula- y él duda. Vuelve a mirarme y yo lo miro aún, pendiente de sus actos pero acojonada -total, ya sabía que le estaba viendo las intenciones-. Duda de nuevo. Se vuelve hacia atrás, junto a la chica, y le dice "ahora no". Yo ya me montaba una película con qué llevaba en el bolsillo, cuando saca una peazo navaja más grande que mi mano, que abierta es más ancha que un folio. La gente del tren hace como que no ha visto nada, pero todos son conscientes de ello. Incluso todos se deslizan medio metro más allá de donde estaban, dejándome casi junto la parejita. Entonces es cuando preparo mi bolso para que me sirva de escudo -un poco raquítico, la verdad-, imaginando que como se me acercara, le atizaría con él y le daría una patada en los güebos, todo a una, en una especie de llave de kunfú. El chico me mira de nuevo, y eso hace que yo apague el mp3. Quiero tener los cinco sentidos listos para hacer que tal ser no tenga jamás descendencia. Estaba cagaíta, pero preparada. Se acerca. Saco un boli y lo agarro con el puño. Patada, bolsazo y una dosis de boli en vena. El chico ya no me mira, y creo adivinar que no quiere tenerme como espectadora. Duda. Duda de nuevo. Ya no se enfrenta a mi mirada y le dice algo a la chica. ¡Ahá! ¡Será la chica la que ataque! Me daba igual a quién iría la patada, pero por los dioses que prefería dar la primera leche yo. Sin embargo, la chica no es como él y le dice algo.

Entonces, llegó el milagrito. Guarda la navaja, que aún está en su mano, anuncian la próxima estación y se baja con su novia choni. No miran hacia atrás y caminan rápido para salir cuanto antes del andén. No creo que mi presencia sea tan incómoda -si luego soy bastante maja- pero por mis dientes que no iba a tolerar que un crío que no supera los quince años y el metro cuarenta, hiciera nada, o me hiciera algo, que yo pudiera evitar.

Si luego son unos cagados, lo tengo comprobado. Pero nadie con buenas intenciones va con una navaja encima.

A ver si algún día va a ser verdad lo que me dice mi madre: que un día me van a dar un susto por ser tan valiente. Pero hasta el día de hoy... set, match y partido pa´mí.

Porque mucha gente de esta sólo utilizan el miedo de los demás... hasta que dan con alguien que no les teme. Y los que se cortan son ellos.

Pero se me ha hecho el viaje más largo...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Querida Eufrasia,
dicen que de valientes está el cementerio lleno, pero me alegro que esta vez no se haya cumplido tan fatídica frase.
Por favor, ten cuidado y haz caso de tu madre, que tiene pinta de ser muy sabia (además de fijarse en los detalles que otros no ven). ;)