12.12.07

Animales y costumbres.

Dicen que los hombres (y las mujeres) somos los únicos animales que tropezamos dos veces con la misma piedra. Se ve que nos tenemos que querer muy poco, o darle escasa importancia a nuestra propia integridad por la de veces -algunas, muchas más de dos- con las que nos topamos con la misma piedrecica y volvemos a estamparnos contra ella, a veces, hasta modificando la pose. De cabeza, de dientes, de culo... Por ello, también se puede decir que somos animales de costumbres, por aquello de que, teniendo una monotonía adherida ya a nuestro carácter, para qué cambiarla... No nos hará más felices, no nos hará más altos, ni más guapos, pero ahí está. Enredándose con el adn, hurgando en los cromosomas. Es como el fumar: lo difícil es dejarlo.

Estas costumbres suelen ser bastante inocentes, no perjudican a nadie, pero pueden molestar. O no. Lo cierto es que ese animal de costumbres que es el hombre ha creado un algoritmo en el que sus funciones siempre están condicionadas por factores externos que hacen que, si está ocupado en otros menesteres, deje la piedrecita de marras, pero que si no tiene nada mejor que hacer en su vida, vuelva a su costumbre de intentar chocarse, hacer rodar o admirar la roca, de tamaño tan cambiante como las ganas de chocarse con ella.

Ninguno de nosotros llevamos una pegatina en la frente que nos diga cuál es nuestra piedra, pero por la costumbre acabas sabiendo cuál es la de cada uno. Sé que no conozco a las personas, que nunca conoceré lo suficiente a la gente para saber por dónde saldrán, pero sí que sé que el hombre es un animal de costumbres. Y las costumbres no cambian. El que adquiere un hábito lo tiene para siempre. Pero, por casualidades de la vida, si que llego a ver cosas que la mayoría de gente no ve. A lo mejor ahí está gran parte de mi fracaso con cierta gente. Que veo. Que pienso. Y, lo que menos gusta, que sé.

Y ahora que sé, que he visto, que he comprobado porqué ciertos humanos tropiezan dos, tres, y las veces que hagan falta con la misma piedra, me pregunto qué quieren conseguir con ello. Porque al final no es tan hilarante ver que alguien se tira con la piedra atada a los pies de nuevo, como sabiendo que esa persona no sabe que está siendo observada. Que lo mismo lo sabe, o le da igual, pero creo que no lo sabe.

Que lo sepa o no, mi única duda está en porqué chocarse de nuevo con la piedra de las narices en vez de rodearla y seguir camino. O hacerla rodar. Una piedra es una piedra, da igual el tamaño.

O lo mismo es que le gusta chocar con la piedra. Costumbres que se cogen y cuesta dejarlas.

Y como dice la canción de los Gipsy Kings, si no la quieres, déjala vivir en paz.

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