6.11.07

La metamorfosis (por Euphrasie Kafka Glamour)

Más de una vez hemos conocido, en el transcurso de esta vida, a una persona gris que no sobresalía en nada. Al estar aislado del mundo, por diferentes motivos, desarrolló cualidades que otras personas no tienen, y tuvieron la oportunidad de sacarlas a la luz, cosa que les aportó muchas y grandes satisfacciones. Pero, hasta que llegara el momento de su floración, era un cero a la izquierda, no era nadie, no era nada, era objeto de ignorancia por parte de los demás. Y, claro, en su interior creció un resentimiento hacia la raza humana, que fue creciendo a medida que crecían sus éxitos laborales -única cosa por la que la gente se digna a mirar de nuevo al susodicho, pero con otros ojos-.

Mientras nadie se daba cuenta de su triste existencia, tampoco nadie se daba cuenta de la rica personalidad que tenía dentro, de su gran sentido del humor, de muchas cualidades que muy pocas personas tenían y que podían hacer de él un buen compañero, un buen amigo, un confidente... Llegado el momento del deslumbramiento personal, cuando ascendió de manera vertiginosa en la vida, cuando no sufrió ningún tropiezo y tuvo la fortuna de seguir entero y de una pieza, esa rica personalidad llena de facetas empezó a pervertirse en otras menos agradables. Como si el mundo le debiera algo, en vez de volcar sus frustraciones en quien le hizo daño, pensó que todo el monte era orégano y decidió ser maquiavélico con todos cuantos le rodeaban. Fue cruel, fue sádico, y empezó a disfrutar del dolor ajeno. Si se acercaba a alguien, era porque quería algo de él, sin nada a cambio. Cuando conseguía lo que se proponía, era capaz de meter a esta persona en un embrollo, como agradecimiento. Si tenía un problema, lo pagaba con cuantos estaban cerca de él, imponiendo sus criterios -pobres y egoístas-, haciendo que la gente que lo rodeaba fueran vendidos ya no al mejor postor, sino según las reglas de un juego cruel en el que él disponía de las reglas a su gusto.

Las mujeres no se salvaban. De objetos inalcanzables, imposibles, pasaron a ser objetos sexuales. Omitía sus nombres para llamarlas siempre con muletillas, para no meter la pata cuando estaba con una y la llamaba con el nombre de otra. Ninguna era lo suficientemente buena para él, ninguna era persona, nadie era nada, sólo él, él, que tanto sufrió de adolescente y quiso demostrar que era alguien.

Años después, en pleno éxito profesional, sin problemas económicos, dejando atrás las tristes y maleables personalidades de la adolescencia, nos encontramos con un ser aún más triste y vacío del que vimos hace años. Y lo peor de todo, es que sigue solo, pero esta vez de verdad. Hace años no quiso rodearse de la gente que de verdad le apreciaba, sino de la gente que él aspiraba a ser, con la que quería ser alguien. Hoy en día, propio y ajeno ven que donde no hay nada bueno, es mejor alejarse, por lo que su soledad es cada vez más grande, tan grande como el entorno que le rodea, cada vez más lejano, cada vez más pequeño, hasta hacerlo desaparecer algún día.

Hace años, cualquiera que lo mirara, encontraría a un chico normal, corriente, como todos, como yo, como tú... Tenía sueños, tenía encantos, tenía toda una vida para vivir. Hoy en día, en cambio, encuentras a alguien solitario que aún piensa que la humanidad le debe algo. No sabe que su época de vacas gordas está a punto de finalizar. No sabe que la vida a veces te da un varapalo que no te esperas. No quiere darse cuenta de lo solo que está, por lo que llena cada ausencia con un adicción que justifica de manera poco convincente. Pero sigue solo, y seguirá solo, porque la gente no cambia. Seguirá solo hasta su muerte y nadie confiará en él, y nadie lo verá con otros ojos diferentes al odio o resentimiento.

Y todavía aún no se da cuenta de que, por muy rodeado que esté de gente, siempre estará solo.

A Raúl. Porque los gusanos se convierten en mariposas... pero no al revés.

2 comentarios:

ileniaz dijo...

Carai, me ha gustado pq me ha hecho pensar pero solo puedo decir carai...

Satrústegui dijo...

En este mundo de apariencias, al que le toca la lotería se le sube a la cabeza. Característica humana? Espero que no...