26.9.07

Tabúes

Hay cosas de las cuales los humanos no podemos hablar sin que nos miren mal el resto. Por ejemplo, queda fatal hablar de dinero. Podemos estar podríos de dinero, o tener -como una que yo me sé- telarañas en los bolsillos, pero no se puede hablar de dinero. Ni de cuánto ganas, ni de cuánto vale una cosa que te compras ni ná de ná. Queda absolutamente prohibido hablar de dinero, porque la regla establece que queda muy feo.

De otra cosa de la que no puedes hablar es de enfermedades. No puedes decir mira, me ha pasado esto o esto otro, y ambas cosas pueden haber sido mortales o contagiosas, y los demás se apartarán de tí como si hubieras sido tú la que ocasionó la peste negra en Europa. Da igual que hayas superado el mal trago: habrá siempre quien te mire como a una apestosa.

Hay normas no escritas que establecen que tienes que ser igual que los demás. Está claro que en esta vida es todo aparentar. Puedes tener dinero, puedes aparentarlo, pero no puedes mentar la cantidad que ganas. Puedes haber tenido un percance de salud y lo habrás superado. Pero la sociedad quiere gente sana y eternamente joven. Lo de joven es otra historia, pero conozco más de uno y de una que se pone negro/a porque cumplen años o les salen canas. El síndrome de Peter Pan está demasiado extendido.

Y por supuesto, uno de los temas tabúes estrella es el psiquiatra. Estará de moda ir al psicólogo alegando estrés o escuatro (je je qué chiste más malo), pero ni se te ocurra, por tu madre, por tu vida, decir que has ido al psiquiatra, porque la inmensa mayoría pensarán que tienes alguna enfermedad mental. Hombre, supongo que normal-normal del todo -comparándome con la inmensa mayoría-, no seré, pero vamos, que tampoco nadie moriría de la tristeza si se diera el caso. Por otros motivos, porque lo llevo bastante bien (je je)

Todos, absolutamente todos, tocamos fondo en alguna ocasión en la vida. Los problemas que se nos presentan a veces nos superan, o no sabemos cómo afrontarlos. La inmensa mayoría los esquiva, entregándose a vicios para olvidar. Y ahí es donde no está la solución. Porque los problemas siguen estando en el mismo sitio y se les añade otro más en forma de adicción. Yo he sido antidrogas siempre, y no les he visto ninguna ventaja. Me he movido por ambientes -como todos- en donde el consumo era algo común, y la rara era yo por no probar nada. Bueno, pues entre eso, y que he ido al psiquiatra, creo que mi imagen ha sufrido tanto que me señalarán con el dedo por la calle y gritarán "la del psiquiatra que no consume ná!". Dios, creo que no podré superarlo.

No entiendo el motivo de querer perder la consciencia real de tu persona por meterte sustancias, queriendo olvidar lo que sea. No entiendo cómo la gente bebe hasta vomitar. No entiendo cómo luego quieren aparentar lo sanos y guays que son, y la pasta que tienen -que lo mismo tienen igual que yo-, pero no mentes la palabra psiquiatra delante de ellos, porque dirán: "Éso es para los locos, ¿no?".

Yo necesité ayuda en un momento dado. Llevaba meses llorando sin ganas de nada. Sólo estaba bien quedándome en la cama, arropada hasta la cabeza, pero no podía. Había perdido muchas cosas importantes para mí en poco tiempo, y la autoestima se me desplomó. Yo sólo lloraba. Y cuando lo único que haces es llorar, tienes un problema. Yo no le contaba a nadie lo que me pasaba, pero mi apatía crecía y crecía. Hasta que un día, hablé con mi madre de lo que me pasaba, y me sentó bien. Yo no sé si mi madre me entendió algo -cosa de los balbuceos-, pero me aconsejó que acudiera al médico. Y así hice. Él me derivó hasta el psiquiatra quien, durante unos meses, me dejaba llorar y contarle el motivo de mis desdichas. Yo sabía que era pasajero, y que algún día lo superaría, pero el que pasaran varios meses y fuera incapaz de querer llevar una vida normal, me preocupaba. Pero yo sólo tenía ganas de llorar, y era lo único que me apetecía. Mi psiquiatra lo entendió, y me vio muy razonable y coherente, por lo que me mandó un tratamiento y me citaba cada X días para otra consulta. Los primeros meses se me veía en la esquina de la consulta llorando. El último mes ya podía salir a la calle sin tener ganas de llorar. Me había propuesto, sin tomarme el tratamiento, que tenía que mantenerme ocupada. Que las cosas, cuando se van, no vuelven. O pueden volver, pero yo no quise tener esperanza. Ya vendrían tiempos mejores. Hay puertas que se cierran. Leí un montón, empecé un curso -que de qué poco me ha servido, porque se me ha olvidau-, salí sin ganas, estuve con la gente sin ganas, hasta que me encontré con una normalidad absoluta que hacía tiempo que había olvidado.

Pasó un tiempo hasta que, mis lloros intermitentes, cesaron. Digamos que no me encuentro pletórica precisamente, pero son fases en la vida, y esto está superado. Ahora lo que me trae de los nervios es mi mala suerte laboral -uno de mis motivos-. Salvo eso, y poco más, nada me preocupa tanto. Y como no tengo nada a la vista, dentro de poco entraré de nuevo en donde estuve el año pasado. No me gusta, pero no tengo otra cosa.

Así que así es la vida. No puedes ir al psiquiatra, cállate por dios, pero nadie dirá nada si te vas de botellón, o si te metes cuatro pastillas o cuatro rayas. A mí me da igual. Yo no quise camuflar mis problemas con otras cosas, y yo me quiero demasiado para dejar que la poca estima que me quedaba de mí misma, se ampliara artificialmente.

Porque muchas veces, el problema de todo lo tiene el que no te quieran y a que te mientan. No me refiero a que creas que no te quieren (en el trabajo, tus amigos, tu familia...), sino a que puede ser que no comprendas cómo no te pueden querer siendo que tú los adoras y llegan a sucederte cosas tan dolorosas, a veces una detrás de otra. No entiendes la mentira, el acoso, la cobardía ni las trampas, siendo que tú no tienes la culpa y acabas perdiendo tantas cosas que no te parece real que esté sucediendo. Pero, aunque sigas sin entenderlo, a veces tienes que prescindir de ciertas cosas para salvarte tú.

¿Si me he salvado? Creo que si. Cuando digo que me quiero, lo digo con la boca grande. Me quiero. Me siento como la Escarlata O´Hara: "a dios pongo por testigo...".

Pero hambre no paso, precisamente. Y de hambre no va la cosa. No veáis el peazo culo que me está saliendo... Pero lo que no permitiré es que nadie vuelva a pisotearme, ni que me tome a pitorreo, ni a que se burle de mí. Hasta el trabajo lo perdí por malas artes y mentiras. Me he vuelto radical, muy radical. Supongo que será una de las secuelas.

Así que el que no haya ido nunca al psiquiatra, dichoso él. Pero que no se burle, que la vida es muy larga, y nunca se sabe. Nunca se sabe.

3 comentarios:

martha velasco prieto. dijo...

cuando te leo,voy asentando con lacabeza todo loque dices,siento que lo mismo pensé alguna vez,,y si yo soy la rara por que no le entro ni al alcohol ,ni al cigarro ni a lo demas?si soy rara por que no me encuero con quien sea,,pero no,no querida,raros son los que van por ahi dandoselas de sanos y llevan dobles o triples vidas.

Anónimo dijo...

eres una valiente por enfrentarte de forma tan sana y natural a tus problemas y por contarlo en tu blog. te mando un abrazo muy fuerte. cada vez me alegro más de haberte encontrado en la blogosfera :)

ileniaz dijo...

Yo también soy antidrogas y también soy de las q afronta los problemas. Creeme he tenido de gordos y he llegado a perder la autoestima hasta tal punto q estuve a punto de hacer una locura.

No he ido nunca al psiquiatra por el problema de idioma en su dia. Pero hable y mucho con mis padres, desde entonces se q ellos son mis mejores amigos.

También me volví radical, me perdi, me medio encontré y después de 7 años he vuelto a encontrarme de nuevo, con cambios pero mi yo principal sigue estando. Más segura de mi misma, con más optimismo, con más ganas de vivir y con miedo pero sin miedo a enfrentarme a el, no se si me explico.