7.6.07

Cadena de favores

Hace unos días, me ofrecieron un puesto de trabajo en una importante empresa de transporte público nacional. La jornada laboral no era lo que yo quería, los días que se trabaja no son los que hubiera deseado, el sueldo es el que me gustaría tener, y tenía dos inconvenientes la oferta: que era temporal, y que era lejos de mi aldea. En otras palabras, que tenía bastante buena pinta. Mi incorporación sería inmediata. La gente se mata por entrar en esta empresa, cosa bastante difícil, debido a esas (secretas) bolsas de trabajo que se crean y que haga que muchos sean los llamados y pocos los elegidos. Y yo, sin comerlo ni beberlo, me encontré con mi nombre danzando entre sus elegidos. ¿Quién introdujo mi nombre en su departamento de personal?

Ante esta oferta, sopesé los pros y los contras. Me tenía que ir a vivir allí, debido a que me resultaría imposible ir y volver el mismo día a este sitio. Humanamente, me sería imposible disponer de un transporte que me dejara a la hora de entrada allí, porque no hay ninguno. Otro tanto ocurría cuando saliera de trabajar por la tarde. Y mientras daba saltos de alegría por dentro, por fuera me daba cuenta de que ese trabajo no era para mí. Lo que ganara por un lado, me lo gastaría en alquiler, y me resultaba especialmente cruel que me fuera a trabajar lejos cuando no me iba a suponer nada definitivo ni me iba a solucionar mis problemas laborales. Así que llamé para cancelar mi visita al departamento de personal, y expliqué mis motivos. No iba a hacerles perder un tiempo precioso para nada. Y sé que estas oportunidades pasan una vez en la vida. Temporales, pero oportunidades.

Por casualidades de la vida, me reencontré en la capi con un viejo compañero de trabajo que no veía desde hacía años. Tenía un trabajo que no le gustaba, estaba muy deprimido y quería desarrollarse profesionalmente. Le hablé de la oferta que yo rechacé. Le dije que se dejara caer por allí. A él le pilla más cerca, debido al detalle de que él vive al lado de la sede de esta empresa. Fue como si le hubieran chutado algo alucinógeno, porque se alegró un montón. Me basé en que si, por casualidad, buscan a alguien fuera de las bolsas de trabajo internas, sería porque no tenían a nadie. Y allá que se fue él. Y, por lo que luego me ha contado, no hay nada como estar en el momento oportuno. Lo demás, es suerte.

Así que seguí buscando por otros derroteros. Dio la casualidad de que conocí a alguien. Este alguien, no me va a dar trabajo, ni me va a solicitar en matrimonio y, por circunstancias, me ha hecho un favor personal enorme así, porque sí. Él no gana nada ni pierde nada por habérmelo hecho, y tampoco me ha pedido nada a cambio, porque estuvo de paso. Pero ha sido tan grande el detalle, que pienso que qué sería de todos nosotros si, como en la película, cuando nos hicieran un favor, nosotros hiciéramos también a los demás, a gente de paso, o gente desconocida.

Así que mientras me surge otra oportunidad laboral, seguiré con mis colaboraciones de limpieza. Porque, como dice mi madre, hay que saber trabajar en cualquier sitio. Y que es de bien nacidos ser agradecidos.

Y, por lo que veo, sé limpiar también muy bien. Y yo soy muy agradecida. ¿Bien nacida, entonces? No sé. Pero de buen rollito. Y esperaré que surja otra cosa que sí que pueda aceptar. Porque me tiene que surgir.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Claro que si! Suerte suerte!