29.1.07

Autoestima vs. realidad

Hace tiempo, un amigo que estudiaba la carrera de psicología, me hizo llegar un formulario que le tenía que rellenar para una especie de trabajo. Las preguntas que aparecían eran simples: ¿Eres simpático? ¿Eres buena persona? ¿Tienes mal genio? Yo sólo tenía clara la respuesta afirmativa de la tercera pregunta que he puesto, pero las demás podían ser falseadas. El motivo de que la mayoría de mis respuestas fueran un "No sé, no contesto", se debía a que mi supuesta simpatía, o alegría, o mis buenas acciones, sólo podían ser juzgadas por los demás. Considerarme, me considero buena persona, amiga de mis amigos hasta límites insospechados, empática, alegre, pero también tengo muy mal genio cuando me tocan la moral, y ni perdono, ni olvido (rencor, se llama rencor). Pero todas esas facetas de mi personalidad sólo las pueden definir, aunque yo las tenga muy claras, los demás. El grupo, la colectividad, pueden hundirte en la miseria aunque seas la mejor persona del mundo, o pueden ensalzarte aunque fueras una persona merecedora de la muerte más cruel.

Ante mis respuestas, mi amigo me sentenció: no tienes personalidad. ¿No? No. No tienes definidos tus rasgos. Sí que los tengo, pero estas preguntas tienen trampa. Si respondes a todo que no, dirías que soy una persona negativa y con la autoestima por el suelo. Si pongo a todo lo bueno que si, me dirías que soy una egocéntrica. Por eso me he decantado por lo neutro: los demás son los que demuestran cómo eres. Entonces, no tienes autoestima.

A mí me dio la risa. Desde nuestra más tierna infancia, el chaval y yo habíamos compartido muchas primeras veces. La primera vez que donamos sangre fuimos con más gente (a mí me causaron un derrame en todo el brazo, que más que un derrame, eso era un desangramiento, y a él le dio por marearse), la primera vez que besó (y corrió a contarme que ya se había iniciado), me contó la primera vez que le rompieron el corazón, a su primer amor platónico la tuve que espantar bajo pena de muerte si la seguía viendo jugando con él sólo para divertirse... En todos esos años podía haber visto en mí lo que soy: una buena amiga, fiel, noble y leal. Divertida, que me enfado mucho, pero legal. Que sé guardar un secreto, que ayudo cuando se me necesita, aunque no me lo pidan, y que mi gratitud ante ciertas personas puede ser eterna. Que me implico con los problemas de los demás. Que sé, aunque yo me lo niegue a mí misma, cuándo una persona me miente. Que soy, ante todo, una persona sin dobles intenciones. Si, estamos en peligro de extinción, pero aún quedamos unos cuantos.

No hace mucho, me dijo que tenía novia. Al poco tiempo, me la presentó, y ahora ella y yo nos llevamos bien, bastante bien. Hasta que un día me contó lo que él opinaba de mí. Que soy muy buena persona y que se puede contar conmigo para cualquier cosa.

A mí me entró de nuevo la risa. Me callé la historia del formulario, pero lo cierto es que él estuvo mucho tiempo (años, años) recordándome mis resultados en el test, mientras era él (junto con los demás), quienes habían respondido objetivamente, el que pedía consejo por todo, el que le llenaba de dudas cualquier imprevisto, el que no se atrevía, el que no se decidía... Y yo, impulsiva desde siempre, le dejaba decir y hacer. Todos los demás también fueron considerados unas personas normales debido a sus respuestas. Esta chica también me contó que no se llevaba con nadie más de por aquélla época porque vió que habían cambiado y que eran unos falsos todos (tuvimos problemas todos con todos y la pandilla se deshizo)

Tiempo después, me encuentro con una fama merecidísima. Soy una super mujer. Soy una buenisísima persona. Soy la más mejor del mundo mundial.

Mi teoría se ha cumplido: son los demás los que dicen cómo eres al cabo del tiempo. Y el que hable mal de tí, es que está muy equivocado :P

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