9.7.06

Amanecer en la playa.

No me gusta la playa. De día, me agobia. Pero de noche me sobrecoge de mala manera. Sería incapaz de echar un kiki allí, a oscuras, simplemente por el sonido de las olas, que te envuelven, y no sabes de dónde vienen. Como si las tuvieras encima, o al lado, pero sin verlas. Vengan de donde vengan, el sonido del mar de noche, a oscuras, me trae mal rollo.

Hace años sufrimos una inundación bastante importante por estos lares, una auténticxa catástrofe. Los gobernantes de por aquél entonces quitaron hierro al asunto, diciendo que no era nada por la radio, como si no fuera con nosotros. Si, si que lo era. Sí que lo fue. Lo fue. Y lo fue hasta el punto de crearse una alerta aconsejando a la gente que viviera en plantas bajas a que subiera a zonas más altas. A los que trabajaban, que no acudieran a sus puestos de trabajo. A los que estábamos en el colegio, nos echaron literalmente a la calle con un "posible riada" por parte de un profesor que fue diciendo esas dos únicas palabras de puerta en puerta, haciendo que evacuáramos el colegio en cinco minutos.

Mientras los que gobernaban decían que no era nada y que no nos preocupáramos, veíamos como nuestras madres intentaban subir nuestras pertenencias a lo alto de los muebles, a un piso superior, incluso al rellano de la escalera. Algunos padres se fueron a trabajar como si los gobernantes les hubieran convencido, y los niños nos quedamos en la calle bajo amenaza de muerte de las madres si se nos ocurría salir hasta la esquina. Por la tarde, todos los que no habían subido sus cosas a lo alto, o no habían tenido tiempo o ganas, corrían que se las pelaba para meter cuanto podían en sus coches y largarse echando leches a cualquier sitio menos en la ciudad. No llovía y hacía casi calor. Los niños mirábamos el espectáculo asombrados. Sabíamos que podía venir agua e inundar las calles, pero no sabíamos que la gente pudiera tener tanto miedo.

Las luces de la calle se apagaron de golpe, apenas anochecido. Las madres nos llamaban a gritos desde las ventanas para que subiéramos cuanto antes. Los coches salieron zumbando en la oscuridad. Los que se quedaban, subieron a casa de la vecina de arriba. Era como si todos presintieran lo que iba a pasar. Mi vecina se iba con bicicleta a casa de su hermana. Esa zona ya está inundada, le dijo mi madre, sube. Mi padre no estaba. Mis hermanos, el hijo de la vecina y yo nos asomamos por la ventana para mirar. Daba miedo, sólo con velas en casa, la radio con pilas encendida y las madres asustadas. Y, entonces, un rumor que se acercaba.

Se oía como un rumor de agua. Y era extraño e insólito, porque por aquí no hay ningún río cerca ni nada que lleve agua. Pero el ruido se acercaba, al tiempo que la intensidad aumentaba. Todos los de la calle miraban por la ventana, a un lado y a otro. Las linternas apuntaban a todas las esquinas. De repente, alguien dijo que viene, que viene... Y una ola de un metro de alta apareció por la esquina de la calle. Al tiempo que su sonido delataba su cercanía, otro fragor venía por una calle frontal... Era como si lo escucharas en estéreo. Las dos olas, al tiempo, se acercaban, buscándose... El sonido nos asustó. Y las olas chocaron frente a la puerta de mi casa, y la cosa empezó a subir. Miramos aterrorizados cómo el agua subía, subía, subía... Mi madre nos cogió a todos con su brazo y nos apartó de la ventana para que no viéramos más. Pero yo ya tenía suficiente.

Han pasado años de eso y aquí la gente aún lo tiene presente. Hubo muertos que la gente olvidó. Hubo un desastre porque hubo gente que lo perdió todo. Todo. Y hubo una censura total informativa. Que no pasaría nada. Que hubiera tenido cojones a venir al pueblo y decirlo en persona. A ver si pasaba o no pasaba nada.

Mi madre aún recuerda que había un soldado, de los que mandan en casos así para ayudar a la gente, que iba sin camisa, en una zodiac, cogiéndose de los cables de la luz para poder avanzar, de la cantidad de agua que había dos días después. El chico miró a mi madre:
-¡Señora! ¿Sabe si hay alguien por aquí que pueda necesitar ayuda?
-No, hijo... Por aquí todos estamos bien...
-Bueno, pues seguiré buscando, gracias.
Y el chico siguió a pulso, avanzando su barca, buscando gente a la que ayudar. Y mi madre se pone de los nervios cuando, en casos así, a los que les dan la medalla al mérito son a los mandamases que no tragan barro, ni humo, ni ven nada más que su teléfono en el despacho. Esos soldados son los que se merecían las medallas.

He dicho que no me gusta la playa. No me gusta el mar. No me gusta el rumor de las olas a oscuras. Me trae malos recuerdos, me sugiere cosas malas.

Este sábado he visto el amanecer en la playa. Y, si os digo la verdad, ha dejado de gustarme.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Eufrasia perdona pero, aunque me he leido todos tus post, no se de donde eres. Dimelo "porfis" porque lo que cuentas me parece alucinante y ahora me he enganchado al google y todo lo que no sé lo busco por ahí.

Elvira Jaureguizuria Elordui dijo...

si no fuera por las playas, incluso de noche, ¿qué sería de mi?
me gusta mucho tu blog. Me lo voy a ir leyendo enterito¡¡¡¡¡