27.6.06

El hombre del sombrero

Cuando yo tenía 17 años trabajé en una frutería durante ese verano. Como podía, alternaba el trabajo con los estudios en nocturno. La clientela era numerosa, por lo que no siempre podía slair a las ocho de la tarde de la tienda para ir al instituto a tiempo. En cambio, en verano, parecía que todos querían tomates y melón a las nueve de la noche.

Entre la clientela, en la que había de todo, una pareja me llamó mucho la atención. Era una parejita de personas mayores, de sesenta o setenta años, que siempre iban juntos a comprar. Hasta ahí, nada extraño. Pero es que siempre aparecían de la mano por la tienda, se consultaban las cosas entre risas y miradas cómplices. Él, con un sombrero blanco, ella, de verde, y maquillada magistralmente. Los dos tenían charme, encanto, algo, no sé. Pero me cayeron estupendamente.

Cuando terminé de trabajar allí, los seguía viendo por el pueblo. Me quedaba mirándolos al ver cómo se besaban, como si fueran adolescentes, cómo se trataban, con qué cariño. Él, con su eterno sombrero (que cambiaba según la estación) y ella siempre vestida de verde, muy bien maquillada. Eran como niños pero se querían como jóvenes a pesar de su edad. Siempre los admiré por ese amor que irradiaban. Se les veía felices. Tan felices...

Pasó el tiempo y no supe de ellos hasta que el año pasado me encontré con el hombre. Lo reconocí por el sombrero, de espaldas, y supe que era él. Me extrañó verlo solo, pero otro día, al verlo de frente, en sus ojos ya no estaba la alegría de antaño. Miraba al suelo, aún tan digno, un poco más viejecito, pero solo. Pensé que a ella le habría pasado algo. Y supe que algo había pasado cuando seguí cruzándome con él por la calle siempre solo, con la mirada triste o mirando al vacío sentado en el banco que está frente al hogar del pensionista.

Durante todo el invierno lo ví pasear con su sombrero, su abrigo impecable y su bufanda bien puesta. Pero sus ojos seguían tristes. Las manos en los bolsillos y yo con mi mirada puesta en él. ¿Dónde estaba esa alegría que yo presencié? ¿Adónde se habían ido esas risas cómplices? Ya me gustaría a mí que me quisieran, aún a esta edad, tanto como él quiso a su mujer.

Llevo meses sin verlo. Lo dejé de ver de repente, de un día para otro, pero estoy segura de que ahora que se acerca el verano, no saldrá a la calle con su sombrero blanco. No volveré a verlo sentado en el banco que está frente al hogar del pensionista. Pero sé dónde está.

Ahora ríe y camina de la mano junto a una mujer vestida de verde.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Que bonito, Eufrasia.. me has hecho pensar.

Anónimo dijo...

Realmente bonito, y sin duda representa lo que es el amor verdadero

Anónimo dijo...

Que bonito ...

Eva